Un litro de aceite

Hay algo ilógico entre la realidad de su día a día cuando va al súper y lo que ve los fines de semana en los restaurantes y ciudades costeras como Cádiz; algo que no es sostenible

Ignacio Moreno Bustamante

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A mí, imagino que como a usted, se me escapa algo. Hay algo de irreal, de ilógico, en todo esto. Por un lado nos echamos a temblar cada vez que vamos al supermercado. La cajera, o el cajero, ya no nos dice aquello de «que si quiere bolsa», porque sabe de sobra que la llevamos encima. Desde que supimos que nos cobran 20 céntimos por ella ya no se nos olvida. La plegamos con cuidado antes de salir de casa y enfilamos al súper del barrio, temblando al pensar qué nos encontraremos hoy. El litro de aceite por encima de los cinco euros –lo de la guerra de Ucrania se lo cuenta usted a su tía–, el café de marca blanca como si un colombiano viniera personalmente a servírnoslo a casa, y un kilo de manzanas golden ha pasado de postre rutinario a producto de lujo para ocasiones especiales. Qué le voy acontar que usted no sepa. Mirar la cuenta corriente a partir del día 7 es de valientes. Y no le digo ya si cometió usted la osadía de contratar en su momento una hipoteca variable. Ver acercarse en el calendario la fecha de la revisión es lo más parecido al terror que ha experimentado en su vida. Esa realidad, ese drama diario, contrasta con lo que ve a su alrededor. Y ahí es dónde llega el desconcierto. No hay explicación lógica, ni concordancia, entre ese día a día que ha convertido en drama la rutina, y esas ordas de gente que asaltan literalmente los restaurantes los fines de semana. Que invaden ciudades costeras como Cádiz en Semana Santa y ocupan todas las plazas hoteleras disponibles. La única explicación que se le ocurre es que aún queda una minoría suficiente para permitirse ese tipo de 'lujos', aunque la inmensa mayoría literalmente no llega a fin de mes. Gente que aún mantiene unos ahorrillos de lo que no gastó en pandemia. Funcionarios a los que no sólo nunca les bajaron el sueldo ni entraron en Erte, sino que ahora se lo han subido. Pero si esto sigue así, llegará un momento en que también ellos tengan que llevarse la bolsa de casa para ahorrarse esos 20 céntimos porque la escalada de precios es descontrolada. Y abusiva. Cualquier justificación por parte del vendedor o del proveedor, suena ya a excusa. Probablemente no lo sean, pero al consumidor final ya le da lo mismo. Porque esto está siendo una agonía lenta pero inexorable. Sólo levemente amortiguada por un gobierno experto en regalías, por un presidente especialista en conceder paguitas estratégicamente según a quién y midiendo el cómo y el cuándo para mantener lo que él mismo llama paz social.

Pero sabes que esa estrategia es literalmente pan para hoy y hambre para mañana. No es sostenible. Como no lo es que las pensiones crezcan más que los sueldos. Por mucho que nuestra caricaturesca ministra de Hacienda diga que gracias a eso nuestros mayores mantienen a los jóvenes. Es justo al revés. Los jóvenes son los que tienen que mantener a sus mayores pagando sus pensiones. Y cuando el mundo se construye al revés, como ya ocurrió en 2008, acaba explotando el sistema. De momento, y mientras siga gobernando la izquierda de los pesebres, se aguantará sin que arda la calle. Los sindicatos mantendrán la calma en sus filas. Pero en el momento en que haya un cambio de Gobierno, saltará todo por los aires. No serán el común de los españoles, que seguirán preocupados en sobrevivir, sino los radicales de siempre. Una inmensa minoría que ahora anda cobardemente callada pero que enarbolará la bandera de la 'dignidad' patéticamente entendida en cuanto no manden los suyos. De momento sólo lo intentan con la sanidad y únicamente en aquellas comunidades en las que no gobiernan los suyos. Pero eso no es más que calentar motores para cuando llegue el momento. Este es el país en el que vivimos. Rodeados de mediocridad política e inútiles gobernantes que nos llevan directamente a la ruina. Haga la prueba. Acérquese a la pescadería. Pida un kilo de acedías. O de lenguado. Qué le voy a contar que usted no sepa.

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