'Pa no vení'

El turismo es nuestra mejor industria, y hay que cuidarla hasta el último detalle

Antonio Ares

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Aún estábamos con el horario de verano. Los amaneceres se hacían algo de rogar. Apenas eran las nueva de la mañana y las claras del día daban buena cuenta de un intenso trasiego de sillas y mesas en las terrazas de las cafeterías que se preparaban para abrir sus puertas.

Las barajas de los comercios, con sus escaparates a oscuras, permanecían inermes. Una pléyade de forasteros, que acababan de cumplir con su ritual desayuno de buffet a bordo de los cruceros atracados en nuestro puerto, se disponían a abarrotar nuestras calles. Móviles y cámaras en ristre se disponían a la mejor de la invasiones, la de los ojos ávidos de conocer una ciudad.

Aún no habían dado las diez y la Calle Compañía se había convertido en una Babel cortita y estrecha, pero con todos sus imprescindibles lingüísticos. Ingleses, alemanes, franceses, italianos, incluso algunos de otras lenguas de escritura cirílica, cuchicheaban de las bellezas escondidas de esta ciudad.

Los lugareños ya habían adquirido experiencia en identificar, por su indumentaria y porte, la nacionalidad y la categoría de la persona crucerista. En el recuerdo, esa Calle Nueva que relataba Ramón Solís, con decenas de oficinas de contratación, comercio y consignatarios de buques. En dos días habían llegado al Puerto de Cádiz más de 20.000 turistas. Las previsiones para 2023 son tan halagüeñas que corresponde estar a la altura. Dicen los expertos en turismo de cruceros que «Cádiz empieza a consolidarse entre las navieras de cruceros de lujo que buscan la exquisitez no sólo en el buque sino también en el destino».

Para el próximo año se prevé recibir más de trescientos cruceros. Habrá días en los que se puedan concentrar en nuestro puerto hasta seis buques de grandes dimensiones. Constituirse en puerto base, tanto de salida como de llegada, se convierte en una opción por la que deben luchas las administraciones y las empresas del sector de la hostelería.

Y así continuó una mañana soleada, sin viento y con los de aquí encantados de ver tanto bullicio. Móviles y cámaras en ristre, la bulla extranjera no perdía detalle de las cosas, de las gentes y de los sitios.

A media mañana las necesidades empezaron a aparecer. Algunos apostaban por dar buena cuenta de nuestra gastronomía. Habían consultado que nuestras tortillas de camarones, nuestras papas aliñas y nuestro pescado frito tenían muchas estrellas. Pero al llegar a la mesa les informaban que la cocina no abría hasta las 13 horas. ¡Pero si sólo es algo que degustar!

El horario es el horario, respondió un adusto camarero curtido en mil batallas de hostelería de bajo nivel. Pero lo peor fueron las necesidades evacuatorias. Servicios cerrados, averiados, los están limpiado, sólo para clientes. Fueron algunos de los argumentos disuasorios.

Está claro que no existe normativa legal al respecto, pero alguna Ordenanza Municipal debería contemplar las necesidades evacuatorias de tantos miles de personas en nuestras calles. El turismo es nuestra mejor industria, y hay que cuidarla hasta el último detalle. Si no es así, esto se está poniendo «pa no vení».

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