Isabel San Sebastián

Vista a la izquierda

Será una legislatura corta, con un gobierno en minoría o de Frente Popular condicionado e inestable

Isabel San Sebastián
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España ha virado a la izquierda. A la extrema izquierda, en realidad, dado el auge de Podemos, aupado hasta el bronce del podio electoral en parte por sus aciertos, especialmente durante las últimas semanas, sobre todo por los errores ajenos. Salvo milagro de sensatez socialista, que requeriría de un golpe de timón por parte de Felipe González y Susana Díaz, será investido presidente Pedro Sánchez, previa coalición de perdedores dominada por Pablo Iglesias en la que el separatismo tendrá en sus manos, una vez más, el fiel de la balanza española. Ciudadanos no participará en ese engendro, aunque la pésima campaña electoral protagonizada por Albert Rivera se haya traducido en un resultado insuficiente para impedir ese cambio de rumbo radical hacia un futuro sombrío.

El PP obtiene una victoria raquítica, probablemente insuficiente para mantenerse al frente del Ejecutivo, después de dilapidar durante cuatro años el mayor crédito político que jamás recibiera un partido por parte de los electores. Mariano Rajoy podría escribir así su nombre en la Historia como el del primer presidente de la democracia que no solo no revalidó su mandato, sino que pasó de la mayoría absoluta a la oposición, teniendo el ciclo económico a su favor. Una lección durísima para la formación de la gaviota, abocada a una renovación a fondo desde la base, sin dedazos ni congresos amañados por los fontaneros de siempre.

Todo está en el aire tras el dibujo endiablado trazado por el escrutinio. Porque si parece evidente cuál sería la fórmula más razonable tanto en términos de estabilidad como en aras de respetar la voluntad ciudadana, la experiencia municipal reciente demuestra que el PSOE de Sánchez estará dispuesto a lo que sea con tal de ocupar el poder. A saber; echarse en brazos del populismo podemita, agachar la cabeza ante las exigencias del nacionalismo sedicioso e incluso iniciar los trámites de un suicidio aplazado, toda vez que sellar esa coalición con todo lo que está a su izquierda es tanto como abrazarse a un oso cuya intención es devorarle y que ya ha empezado a hacerlo.

Los teléfonos echan humo a estas horas con presiones de todo tipo encaminadas a impedir ese desenlace. Presiones nacionales e internacionales. Políticas, institucionales y, sobre todo, económicas. Presiones en favor de una gran coalición entre los representantes del bipartidismo vapuleado en las urnas (por el bien de España) o al menos en contra de privar al ganador de la posibilidad de gobernar, aunque sea en minoría y por un breve plazo de tiempo.

Rivera ha sufrido los ataques constantes de un PP incapaz de identificar a su verdadero adversario y pagado un precio altísimo por su ambigüedad irresponsable, así como por su obsceno colegueo con Iglesias durante la campaña. Sus 40 escaños serían tremendamente valiosos en otras circunstancias, pero con este panorama se convierten en poco menos que inútiles. La ley electoral penaliza duramente al cuarto con respecto al tercero y él se ha dejado arrebatar ese puesto por un demagogo peligroso beneficiario de la desastrosa política de comunicación desarrollada por la Moncloa, tan implacable con los críticos cercanos como generosa con los medios de sus verdaderos enemigos. Ahí están los resultados. La lealtad no se compra. No se logra con castigos o amenazas. Se merece.

A Rajoy le han pasado factura sus traiciones, la corrupción rampante en sus filas, su falta de coraje y ambición, su gestión de España S.A. carente de valores firmes. Se aferró al voto del miedo y ha ganado, aunque esa cosecha se revele insuficiente para garantizar su reelección. Esperemos que al menos su fracaso ponga los cimientos de una renovación radical, capaz de devolver al PP la esencia de lo que fue y representó para esta España a la deriva en busca de un proyecto común compartido y de un líder dispuesto a encabezarlo.

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