Recuperar la concordia

¿Por qué Sánchez quiere desenterrar ahora a Franco? ¿Por qué sin una fórmula de consenso?

Ana I. Sánchez

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Mi abuela materna decía que prefería morir mil veces a volver a vivir una Guerra Civil. Al estallar la contienda, mi abuelo –conservador– se alistó al Somatén para ayudar a guardar la paz en su pueblo natal, La Viliella (Asturias), donde era alcalde. Cuando conoció los fusilamientos de republicanos, aquel convencimiento tornó en aflicción. «Nadie debe ser asesinado por sus ideas», repetía. Llegaba el final de la guerra y la victoria nacional era inevitable. Muchos corrían a alistarse al Somatén para quedar en el lado de los victoriosos. Pero mi abuelo se borró. Y cuando le pidieron que entregara su escopeta de caza, ganó tiempo para machacarle los cañones contra un yunque. «Ésta no hará daño a nadie», dijo al entregarla.

Fueron a buscarle varias veces para fusilarle. Una de ellas, dos nacionales le azotaron con las fustas hasta que se hartaron, mientras azuzaban a sus caballos para que le pisaran con los cascos. Mi abuelo, en el suelo, callaba. Pero mi abuela pedía ayuda tan desgarradoramente que comenzaron a golpearla, ordenándola silencio. Gritó aún más fuerte. Unas vecinas se acercaron y, horrorizadas, se unieron a ella. Aquel día se salvó. La intervención de falangistas que le apreciaban evitó su asesinato el resto de las veces. Tras una Guerra Civil, todas las familias tienen su memoria histórica. Y ninguna tiene que olvidarse.

La tumba de un dictador no debería ser nunca un monumento. En ninguna parte del mundo. Cuarenta años después de la Dictadura este debate debería estar superado y la situación del Valle de los Caídos abordada con naturalidad. ¿Creen que no es posible? Pues hasta 2007, el Congreso aprobó casi por unanimidad más de veinte leyes y disposiciones para reparar heridas del franquismo. La diferencia es que este debate no entraba en la guerra política y los partidos buscaban la concordia, no el desgarro para hacer bullir a los propios.

La exhumación de Franco no figura en ninguna ley. Es solo una idea aportada por una comisión de expertos, vinculada a «la esperanza de que se puedan generar los más amplios consensos sociales y políticos». ¿Por qué Sánchez quiere desenterrar ahora a Franco? ¿Por qué sin intentar una fórmula de consenso? ¿No se dignificaría más la memoria de las víctimas si los restos del dictador salieran del Valle sin apenas división, como un reproche unánime de la posteridad? Claro que lo haría. Pero esa naturalidad no le daría rédito en términos de votos. Porque sería una nueva conquista de todos.

Sánchez, como ya hizo Zapatero, está explotando el filón de los sentimientos del mismo modo que los independentistas lo hacen en Cataluña. Simplemente porque es la baza más fácil para ganar espacio político. Y esa utilización de lo emocional frente a lo racional cuando parte de un gobernante, o aspirante a serlo, se convierte en un abuso. En una celada. Y deslegitima cualquier medida que persiga. Nadie debería jugar con la convivencia de un pueblo. Hay que recuperar la concordia y poner fin, definitivamente, a la división que llevó a una Guerra Civil, más dolorosa que morir mil veces.

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