El PP ante el espejo

La crisis ha hecho adelgazar la clase media hasta el punto de convertirla en baja en muchos casos

José María Carrascal

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El Partido Popular está mostrando sus carencias en esta hora crítica no sólo para él, sino también para España. De que las supere dependerá su futuro y, en buena parte, el de nuestro país. Partido «de masas», quiero decir, de amplio espectro ideológico, viene cobijando al centro-derecha español y, más concretamente, a la clase media, anémica en España hasta empezar a forjarse en los últimos tiempos del franquismo y convertirse en mayoritaria con la democracia. Heredero, sólo hasta cierto punto, de la UCD suarista, que fue más que nada un instrumento para hacer la Transición, en el PP convivían desde la derecha pura hasta el liberalismo blando, no siempre de acuerdo, pero al menos facilitó que en España no apareciera la extrema derecha que no ha hecho más que crecer en el resto de Europa. Era, en fin, el partido de la «ley y el orden», lo que le permitió gobernar varias legislaturas.

Esta larga introducción era necesaria para entender su estado actual. La crisis ha hecho adelgazar la clase media hasta el punto de convertirla en baja en muchos casos, mientras ley y orden se agrietan ante el asalto de populismos y nacionalismos de extrema derecha e izquierda. No me extrañaría que el PP tuviera en algún momento 800.000 afiliados, si no de cuota, de corazón. De lo que estoy seguro es de que ya no los tiene. Tengo amigos que se han dado de baja y si se añade que eran gentes tranquilas, más acostumbradas a obedecer que a mandar y que de golpe y porrazo, nunca mejor dicho, se encuentran con que el líder se marcha y el previsto sucesor se retira, entenderán el desamparo en que se encuentran. Más, cuando tienen que hacer algo que nunca había hecho: elegir a quien debe guiarlos. El desconcierto es total.

Yo no tengo la fórmula para sus problemas, entre otras cosas porque el PP necesita una catarsis que le permita adaptarse a los nuevos tiempos. Pero puedo apuntar un par de ideas generales. La primera, que todos los candidatos deberían haber empezado su campaña con una declaración conjunta comprometiéndose a apoyar al que saliera vencedor. Ya que no lo hicieron al principio, que lo hagan siquiera al final. Luego, que centren su campaña, no en las personas, sino en las ideas. Los votantes tradicionales del PP están hoy huérfanos, desorientados. No contribuyan a esa desorientación con mensajes contradictorios, sino claros, referidos siempre a lo que el partido viene representando: un conservadurismo sin estridencias, una defensa sin fisuras de la unidad de España, un reconocimiento de lo bueno que hay en ella y de lo que queda aún por hacer. Sin complejos ante una izquierda revanchista o un mininacionalismo agresivo. Y una última cosa: a la hora de votar su próximo líder, desechen a aquél o aquélla que la izquierda y el nacionalismo alaban, y elijan al que atacan, siguiendo la máxima de Quevedo «del enemigo queremos la victoria, no la alabanza».

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