Torra, los lazos y la propaganda

Pobre «castell», pobre Cataluña

EFE
Álvaro Martínez

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Tan contento parecía que daba cierta lástima borrarle imaginariamente la sonrisa a Grande-Marlaska cuando salió tan encantado de la reunión que mantuvo con Torra a principios de septiembre, el día que «el Le Pen español» [plagiemos por una vez a Pedro Sánchez] se comprometió a que los Mossos garantizarían la «neutralidad del espacio público en Cataluña». Aún resuenan en el patio de Los Naranjos los ecos de la risotada que Torra soltó al despedir al ministro del Interior en la puerta del Palau. «Adeu, adeu, espera sentado…», debió murmurar mientras le decía adiós con la mano.

Y, naturalmente, está por ver que en estos veinte días algún mosso haya retirado un solo lazo amarillo, la propaganda golpista que inunda las calles catalanas. La plaza de San Jaime, sin ir más lejos, tiene dos enormes colgando de las balconadas del Ayuntamiento y la Generalitat. Así las cosas, el Gobierno está bordando el papel de don Tancredo mientras los separatistas llegan a la amenaza pública, como aquel «vamos a atacar al Estado» de Torra que a Carmen Calvo no le pareció gran cosa. Más aún, el gabinete del doctor Sánchez ha comenzado a sugerir medidas de gracia para los procesados, desde el indulto si son condenados a la excarcelación de los presos preventivos, esos que podrían imitar a Puigdemont y los otros fugados.

Ayer, en el día de la Merced, fiesta mayor en Barcelona, Torra se unió a la «pinya», el mar de brazos que forma la base que sostiene uno de esos castillos humanos. Afortundamente para la suerte de la torre y del niño que la corona, solo fue para hacerse la foto. Rápidamente regresó al balcón municipal, junto a Colau, para que las cámaras le retrataran también allí, junto al enorme lazo amarillo progolpista que le dijo a Marlaska que iban a quitar los Mossos. Todo en Torra es propaganda, todo en él es mentira, una ficción como esa fantasmagórica república que dice perseguir y que tanto miedo da dirigida por un supremacista. Como ha dicho Isabel Coixet, «a Lluís Pasqual le sentenciaron cuando se negó a colgar el lazo del Teatro Lliure». Hoy Pasqual, un genio de los escenarios catalanes, está en su casa y Torra está en el Palau, en la «pinya», en el balcón del lazo y donde haga falta. Cualquier día le vemos calentado en la banda de Camp Nou. ¡Pobre Cataluña! Por eso había que quitar los lazos, Marlaska.

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