Para septiembre

Sánchez pospone los problemas más graves y confía que un golpe de suerte le permita aguantar

José María Carrascal

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EL gobierno Sánchez ha dejado «para septiembre» las asignaturas más importantes. O sea, las ha suspendido, por más que digan las encuestas, cada vez menos creíbles. Examinémosle. Tras presumir de superioridad moral ante el resto de los europeos por acoger inmigrantes que ellos habían rechazado y con la costa andaluza convertida en un imán de pateras, no se le ocurrió otra cosa que pedir ayuda a Bruselas. Desde allí le advierten que sólo pueden adelantar 53 millones de euros, que habrá que compartir con los países que taponan la avalancha subsahariana, Marruecos y Túnez especialmente. O sea: arréglate como buenamente puedas.

Con el conflicto de los taxis, lo mismo. Colapsadas las grandes ciudades, e incapaz de poner de acuerdo a las dos partes en disputa, el gobierno Sánchez ha recurrido a la doble mentira: a los taxistas les ha dicho que respetarán el porcentaje legal de treinta taxis por cada VTC, y a éstos, que respetarán sus intereses, sabiendo que no podrá satisfacer a ambos. Y pasando el muerto a las Comunidades para que cada una establezca las normas entre ellos. Con lo que en septiembre tendremos el lío padre, madre, tío y sobrino.

Pero lo más gordo ocurre en Cataluña. El Gobierno Sánchez admitió de entrada que se trata de un problema político, no jurídico, que era jugar en su campo. Luego, aceptó reabrir la Comisión Bilateral Generalitat-Gobierno, reconociendo a Cataluña un estatus especial, violando la igualdad de las Autonomías, y creando subcomisiones sobre financiación, infraestructuras, inversiones y transferencia de competencias a aquella Comunidad que, con una deuda de 70.000 millones de euros, lo necesita como el aire que respira. Sobre los políticos presos (no presos políticos) y un referéndum de autodeterminación no hubo acuerdo. Ni podía haberlo al no tener el gobierno poderes para ello. Pero seguirán hablando y buscando lo que llaman «acomodo de Cataluña en España», pese a que los nacionalistas se han cansado de decir que el único acomodo que aceptan es separarse. Incluso han dado un plazo a Sánchez para cumplirlo: septiembre también. ¿No les parece a ustedes que esto es desgobernar más que gobernar?

Lo curioso es que todos parecen satisfechos. Los nacionalistas han logrado establecer un diálogo tú a tú con el gobierno español sin renunciar a sus pretensiones independentistas y económicas. Sánchez gana tiempo, pospone los problemas más graves y confía en que un golpe de suerte —como la caída de Puigdemont o el «aquí nunca pasa nada», tan español—, le permita aguantar hasta el momento oportuno de convocar elecciones y ganarlas. Quedándole siempre el recurso de echar la culpa a los demás si fracasa, por no respaldar su «política de Estado», como pide a Casado para quedarse con la casa y la caja. Listo que es el chico. Me recuerda al individuo que, tras matar a su madre, pedía «compasión por haberse quedado huérfano».

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