Ramón Pérez Maura

Lágrimas de un rey

«Pues si no me dejan luchar a caballo, lo haré a pie», dijo Simeón de Bulgaria

Ramón Pérez Maura
Madrid Actualizado: Guardar
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Cuando se tiene la suerte de haber vivido una vida tan intensa como la de Simeón de Bulgaria, tiene todo el sentido poder hacer un balance escrito de la misma. Es cierto que los Reyes no publican memorias. Pero es también verdad que nunca antes habíamos visto a un Rey presentarse a unas elecciones legislativas, ganarlas y gobernar como primer ministro. Y por esa singularidad «Un destino singular» (Ediciones Nobel, 2016) es un libro imprescindible para comprender una buena parte de la historia de la Europa contemporánea.

Como saben los lectores de ABC, el libro fue presentado el pasado jueves en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en un acto presidido por los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía que hizo inevitable que el Rey de los Búlgaros se emocionara al mostrar su gratitud y vertiera unas lágrimas.

Fue uno de esos actos que cierto periodismo desprecia, pero del que los historiadores querrán buscar referencia. En él, Don Juan Carlos hizo su primer discurso público desde que abdicó hace dos años. Pidió a uno de los presentadores del libro, Javier Solana, y al propio Rey Simeón que lucieran su venera del Toisón de Oro, que el propio Don Juan Carlos llevaba puesta. Y frente a la presidencia de los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía y de la Reina Margarita de Bulgaria, se sentaba la vicepresidenta de la República de Bulgaria, Margarita Popova, que demostraba cómo después de dejar de ser primer ministro en 2005 y de dejar el Gobierno su partido en 2008 Simeón sigue siendo para ellos el Rey. La figura de referencia de una sociedad que le elogia y le critica como ocurre con todo el que ha pasado por la arena política.

Simeón vivió sus años de exilio como un hombre de negocios que se ganó la vida con esfuerzo, y atendiendo a todos los búlgaros que acudían a él para pedir ayuda -que no eran pocos. Era un tiempo en que él era un apestado al que los servicios búlgaros espiaban constantemente, como pudo confirmar él mismo cuando como primer ministro pudo leer lo que los archivos -de los que entonces eran sus servicios- habían recolectado sobre él y su familia a lo largo de décadas. Desde el 9 de noviembre de 1989 el timbre de su casa en la Ciudad Universitaria madrileña sonó cada vez con más frecuencia, y políticos y dirigentes de todas las tendencias y estratos pasaron por la casa del Rey para pedirle consejo, para dárselo, para pedir ayuda, para ofrecerla y, en última instancia, para ponerle en el centro de la escena política. Cuando cuatro años más tarde los Reyes de España hicieron una visita de Estado a Bulgaria se encontraron con algo que nunca más han visto: multitudes aclamándoles al grito de «Ikamesi Tsaria», «Queremos a nuestro Rey». Y como la clase política búlgara no estaba dispuesta a ceder un resquicio, porque algunos políticos piensan más en las próximas elecciones que en las próximas generaciones, Simeón dio el paso al frente, formó un movimiento político y en tres meses logró una mayoría amplísima en el Sabranie.

Como el propio Rey Simeón reconoce en este libro, él se guió mucho en su actuación por las enseñanzas de su tío el Archiduque Otto, jefe de la Casa Imperial Austrohúngara, que bajó a la arena política en 1979. El 8 de marzo de 1995 ambos iban en mi coche y Otto preguntó a Simeón cómo le iban las cosas. El Rey le habló de dificultades y concluyó: «Pero si no me dejan luchar a caballo, lo haré a pie». «Esa ha sido siempre mi máxima», apostilló el jefe de la plurisecular Monarquía danubiana. Hay vidas que merece la pena vivir. Este libro cuenta una de ellas.

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