Johnson se aferra al ultimátum

No es una buena señal cuando alguien dice que está dispuesto a negociar, pero ofrece un plan cuya única opción es que sea aceptado o de lo contrario se producirá una ruptura sin acuerdo. El planteamiento del excéntrico primer ministro británico, Boris Johnson, es prácticamente un ultimátum, del que lo único que puede deducirse es que su principal objetivo es utilizarlo en su día como argumento para intentar probar que ha hecho todo lo posible para evitar un Brexit traumático y culpar de ello a la Unión Europea. La frivolidad con la que alardea de que no le asusta una ruptura abrupta con Europa se parece más a su faceta de corresponsal fullero que a lo que se espera de un dirigente responsable y sensato.

El plan que ha hecho llegar a la Comisión Europea como propuesta alternativa a la «salvaguarda irlandesa» vuelve a ser una colección de buenos deseos que se limitan a aceptar solamente las partes de la realidad que le convienen mientras que ignora aquellas que no le resultan ventajosas, que es en esencia lo que los partidarios del Brexit llevan haciendo desde el principio. El Partido Laborista ya lo ha rechazado y la Comisión Europea ha hecho bien en evitar una respuesta en el mismo tono mitinero que ha utilizado Johnson en la conferencia del Partido Conservador, porque eso habría tenido las consecuencias lamentables que Johnson espera. Es poco probable que la UE pueda aceptar tal y como está esa propuesta, que, contrariamente a lo que dice el primer ministro británico, pone en serio peligro la estabilidad en la frontera entre la República de Irlanda y la provincia británica de Irlanda del Norte. Pretender que la integridad del mercado interior europeo dependa ahora de la voluntad de una asamblea regional de un país tercero es sencillamente una idea descabellada.