La hora de Sánchez

Nada favorece más la cristalización de un nuevo ciclo socialista que unas elecciones generales a toda urgencia

Gabriel Albiac

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Escribo esto sin el menor entusiasmo: el entusiasmo es el nombre del autoengaño y está vetado a un analista político que aspire a no ser un farsante. Es la hora de Sánchez . Que para mí personifica todo aquello que me asquea en política: el imperio de lo trivial, la primacía de lo escénico. Pero lo escribo, porque es de rigor hacerlo: si Sánchez administra con prestidigitación hábil sus tiempos, todo juega a su favor. Podrá perpetuarse. Aun cuando sea el hombre más incompetente que haya pisado nunca la Moncloa. Pero la competencia -como la sabiduría- no es virtud política.

Pasado el primer estupor ante el anuncio de un Gobierno que aúna a jueces incompatibles, que baraja a catalanes de enemistad probada, que yuxtapone neoliberales a proteccionistas y cede Cultura a la prensa rosa, me sobrepongo al mareo. Miro hacia atrás. Capítulo XXV de «El Príncipe». La metáfora allí no es muy correcta; acabarán por expurgarla. Pero… «Juzgo con firmeza que es mejor ser impetuoso que circunspecto. Porque la Fortuna es mujer y es necesario, si se la quiere dominar, golpearla y asediarla». Sobrepongámonos al anacronismo literario. Y hablemos de la Fortuna política, que es lo que para Maquiavelo está en juego. Esa Fortuna que «es siempre amiga de los jóvenes, porque son menos circunspectos, más feroces y la dominan con mayor audacia».

La audacia no es, en política, ni virtud ni vicio. Como no lo es en el arte militar, del cual proviene. La audacia es un instrumento que se adecúa -o no- al objetivo perseguido. Pero ese objetivo, para que la audacia no bascule a la catástrofe, debe haber sido sabiamente analizado, en los blindajes que lo hacen inaccesible como en las líneas de fractura que lo fragilizan. La audacia del asalto contra Rajoy en el Congreso hubiera sido suicida sin el cálculo exacto de dos variables: hastío ciudadano tras la sentencia de Lezo e intereses de ERC-PDECat y PNV . La confluencia de ambas es un ejemplo de laboratorio de la definición maquiaveliana de lo político en 1506: «analizar los tiempos y la circunstancias y ajustarse a ellos». Sólo en esa conjunción es mortífera la audacia.

Los efectos inmediatos brillan ahora: el PP, noqueado; el PSOE, en la euforia de votos que acuden siempre en auxilio de los vencedores; Ciudadanos y Podemos , barridos. La coyuntura, volcada. Pero los giros de la Fortuna son volubles. Y político es aquel que sabe montar sus euforias antes de que el golpe de péndulo de sus depresiones llegue. Si un político aspira a perpetuarse en el poder -¿cuál no?- debe hacerse refrendar popularmente en el ascenso. Nada favorece más la cristalización de un nuevo ciclo socialista en España que unas elecciones generales a toda urgencia. Poca duda cabe en eso.

¿Sirve de algo un Gobierno contradictorio y vistoso, como éste de Sánchez? Depende. Para un circunspecto trabajo a largo plazo es inservible: sus engranajes no casan. Para un audaz golpe de escaparate electoral, es perfecto. Si el intervalo es breve. Y la Fortuna, forzada.

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