Vidas ejemplares

Eurofans

El narcisismo y el culto a las minorías erosionan los proyectos comunes

Luis Ventoso

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Eurovisión es pura diversión blanca e inocua, evasión intrascendente y con un puntillo kitsch , que se olvida en cuanto concluye la velada. Pero de unos pocos años acá han surgido los llamados «eurofans», personas que han convertido esa pequeña cita en uno de los alicientes de sus vidas. ¿Es un síntoma de algo? Tal vez.

Mark Lilla, que acaba de estar por España, es un profesor progresista estadounidense, que imparte Humanidades en Columbia. Su compatriota, el economista Todd G. Buchholz, es republicano. Pero los dos brillantes pensadores comparten diagnóstico: el patriotismo, el compromiso con aquello que afecta al bienestar de todo el país y de todos sus ciudadanos, se está erosionando por un auge del narcicismo. Lilla se define como «liberal», progresista, que diríamos aquí. Pero se muestra muy crítico con la izquierda actual. Acusa al Partido Demócrata de focalizar su atención excesivamente en las causas –justas– de minorías específicas (afroamericanos, mujeres, LGBT, latinos, nativos americanos, diferencias de género, MeToo), olvidándose de componer un discurso capaz de apelar a los intereses generales. «El progresismo se ha deslizado por una suerte de pánico moral sobre raza, género e identidad sexual, que ha distorsionado su mensaje y le impide convertirse en una fuerza capaz de gobernar». La izquierda está «obsesionada con la diversidad y la corrección política». No logra apelar al gran tronco común que une a los países y donde se ganan las elecciones. Lilla les recuerda también que el ciudadano no solo tiene derechos, sino también deberes, y cita entre ellos «estar bien informado» para poder votar con criterio.

El profesor demócrata reniega de un mantra que también triunfa en España: «Hay que celebrar la diferencia». Su colega republicano, Todd G. Buchholz, opina igual: los países funcionan mejor cuanto más homogéneos son y cuanto más se compromete su gente con lo común. Buchholz resalta que el narcisismo se ha disparado. En los años cincuenta solo el 12% de los adolescentes se identificaban con la frase «soy una persona importante». Ahora, el 80%. También crece el egoísmo. Hoy la mayoría aprueba esta máxima: «Si estuviese en el Titanic , me merecería salir en el primer bote». Denuncia que los jóvenes han perdido firmeza de carácter. No aceptan la confrontación de ideas, solo ver las suyas ratificadas en burbujas cerradas. Emigran menos para buscar empleo y la autoconfianza ha caído. Son menos capaces de pilotar sus destinos que las generaciones precedentes; más fatalistas y más susceptibles a pensar que «todo va mal».

¿Cuál es tu patria? «Instagram y mis amigos». «Mi identidad sexual». «Mi equipo de fútbol». «Eurovisión». «La Play». ¿Cuál es tu apuesta política? «Los derechos LGBT». «Los de los inmigrantes». «La causa de las mujeres». «La identidad de género». «El hecho diferencial regional»… Pero como explica Lilla, «en los periodos sanos, la política nacional no va de la diferencia, sino de lo común, de un destino compartido, de aquello que afecta a una vasta mayoría». (Una mayoría –añado de mi cosecha– que suelen componer las familias de clase media, ese aburrido armazón, nada pop ni posmoderno, que sostiene a las naciones).

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