El efecto llamada del populismo

«No hay más que seguir los últimos pasos de Angela Merkel para comprobar su simplismo y artificiosidad»

Angela Merkel durante una sesión parlamentaria del Bundestag EFE
Jesús Lillo

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Hace cuatro días, y según volvía Pedro Sánchez de Bruselas, su equipo de frases hechas y normalizadoras colgó en las redes sociales y a distancia un amable resumen de la reunión comunitaria sobre la denominada crisis migratoria , un conflicto político que, como la economía, se aprende en dos tardes y cada uno cuenta a su manera y para su público: «La UE comienza a caminar en la dirección necesaria», «La UE no solo no da la espalda al desafío de la inmigración, sino que apuesta por volcarse para ofrecer una respuesta común», «La UE conjuga la eficacia para salvar vidas y la irrenunciable gestión de los flujos migratorios»... Esta fue, en tres mensajes, la simpática versión de los pregoneros de La Moncloa, aún sin matizar. No hay más que seguir los últimos pasos de Angela Merkel para comprobar su simplismo y artificiosidad.

La «gestión de los flujos migratorios», que ahora consiste en meter a los inmigrantes en campos de refugiados hi-tech para proceder a su criba y devolución, donde sea, es la solución improvisada por Angela Merkel para perpetuarse como canciller. Con subidas generalizadas, los mercados bursátiles celebraron ayer que Merkel salvase su primera bola de partido y ganase tiempo con sus socios de la CSU, pero todavía le queda convencer al SPD de sus planes de filtrado aduanero y, más allá de esas fronteras nacionales que acaba de descubrir y fortificar, evitar que Austria se encastille por el sur, que Italia se eche aún más al monte del populismo xenófobo y que, como una hilera de fichas de dominó, el fenómeno se extienda por una Europa de la que ya se fue el Reino Unido y cuya franja oriental vuelve a ser otro mundo.

El más temible efecto llamada de esta crisis no es el de una inmigración que a este lado del mar busca puertos seguros y amigos, sino el de una clase política que, tras la monumental fiesta de recepción organizada en 2015 por Merkel, se pasa ya la pelota a patadas y entre zancadillas. Casi todo tiene arreglo, y más en una UE cuya elasticidad le ha permitido sobrevivir a sus errores durante décadas, pero la tendencia del socialismo español a quitarle importancia a los problemas obliga a andarse con ojo. En 2008, y sin tuiteros en La Moncloa, tampoco pasaba nada. También caminábamos entonces «en la dirección necesaria».

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