Editorial

Primer desafío al sanchismo

Feijóo debe dar forma a su ‘cambio tranquilo’. El momento es idóneo porque España sufre un estancamiento económico, y muchos votantes buscarán alternativas realistas al sanchismo

Editorial ABC

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Desde ayer, el PP tiene ya formalmente como presidente a Alberto Núñez Feijóo, que fue elegido con el 98,35 por ciento de los votos y quien en breve tendrá que dejar la Xunta de Galicia para centrarse plenamente en la labor de la oposición. Su primer discurso como presidente de partido fue todo un desafío al Ejecutivo, a quien lanzó el aviso de que hay hambre de cambio en España, y de que ese cambio «ya ha empezado» con el rearme moral de su partido. En clave interna, de pura reorganización del PP para recomponerse, Feijóo adujo que también habrá cambios en los modos y maneras de manejar el partido, pero se comprometió a acometerlos «sin revanchas ni división». Y es lógico, porque si algo le ha sobrado al PP han sido revanchas y división. La etapa de Pablo Casado ya es historia, pues.

Feijóo utilizó tres palabras para plantar cara a Sánchez. Fiabilidad, madurez y rumbo frente a la falta de credibilidad, frente al infantilismo de una política basada en la improvisación, y frente a la deriva de un país que se consume en una crisis económica galopante. Todo el empeño de Feijóo fue presentar al PP como un partido preparado para erigirse en alternativa de gobierno a la izquierda, y no como una ‘bisagra’ minoritaria que solo buscará votos aquí y allá para pactar mayorías. Y así debería ser. Hasta ahora, lo cierto es que todos los esfuerzos de Pablo Casado no habían permitido identificar al PP como la alternativa definitiva frente a Sánchez, al punto de que durante las semanas que duró su desastrosa crisis orgánica todos los sondeos pronosticaban un severo desgaste en favor de Vox. No es baladí que en coincidencia con el Congreso del PP, Santiago Abascal invocase que su objetivo es superar los cien escaños, es decir, tratar de superar al PP. Ese será el segundo desafío de Feijóo: recuperar parte del mucho voto popular fugado a Vox por su decepción con los liderazgos anteriores. Y esta tarea, dada la consolidación de Vox y sus expectativas de crecimiento constante, no va a resultar fácil para el nuevo PP.

El ya presidente popular no solo reivindicó el legado de José María Aznar y Mariano Rajoy, y su gestión como jefes del Ejecutivo. También reafirmó que el PP no es ningún partido confederal, sino respetuoso con el Estado de las autonomías, y presumió de encabezar «el partido más constitucionalista» que defiende la unidad de la nación. No son reivindicaciones retóricas. De hecho, son necesarias frente a un sector de la derecha que el PP quiere recuperar a toda costa, y que piensa que con Feijóo y su origen autonómico el partido puede a evolucionar hacia un mayor regionalismo. No es ninguna mala idea construir el nuevo PP desde la fortaleza y los liderazgos de las autonomías y huir del tradicional centralismo político que a menudo da la espalda a lo que ocurre en las regiones. Pero eso no debe excluir en ningún caso la idea de un partido con vocación nacional, creado precisamente para gobernar España, y no comunidades específicas. Ahora Feijóo debe dar forma a su ‘cambio tranquilo’. El momento es idóneo porque España sufre un estancamiento económico preocupante, y porque muchos votantes, incluso progresistas, buscarán alternativas realistas al sanchismo. Feijóo tiene ante sí la compleja tarea de atraer a progresistas moderados desencantados con el Gobierno y a antiguos votantes que han encontrado acomodo en Vox, mientras mantiene la fidelidad de los propios. La misión es casi imposible, pero tiene el deber de intentarlo.

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