Editorial

La energía descoloca a Europa

Muchos mitos de la izquierda como la lucha contra la austeridad, la expansión fiscal, y ahora la energía nuclear, empiezan a decaer. Se impone la crudeza frente al discurso ideológico

Editorial ABC

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La severa dependencia energética que sufre la mayor parte de Europa, y la discusión de la próxima primavera sobre el final de la ‘regla fiscal’ que ha permitido a los gobiernos flexibilizar sus cuentas públicas y ampliar los márgenes de déficit, se van a convertir en los dos grandes y conflictivos debates de 2022. El giro que ha dado Bruselas para resolver las enormes carencias europeas en materia energética y, sobre todo, para tratar de rebajar la dependencia del gas, ha permitido a la Comisión Europea etiquetar como ‘verde’ la energía nuclear y, entre otras medias, ralentizar los procesos de descarbonización. Alemania, con el socialista Olaf Scholz al frente, es el principal promotor y exponente de esta rectificación, que necesariamente se extenderá por otros países conscientes de tanta debilidad energética.

Estas decisiones no solo dejan en evidencia gran parte del discurso extremista con el que la izquierda, y de modo ingenuo Bruselas, han construido durante décadas toda una arquitectura de la ética ecologista y medioambiental, esgrimiendo una dicotomía radical entre ‘lo verde’ y lo contaminante de manera ideologizada y no siempre reflexiva. Esas decisiones también suponen un baño de realidad, un reflejo de la creciente impotencia política de Europa, y un reconocimiento de que en estas condiciones es imposible luchar contra países como Rusia, China o India, en cuyos gobiernos las ‘boutades’ de la Agenda 2030, los malabarismos de la ideología aplicada a la energía, y el adoctrinamiento masivo no sacuden ya ninguna conciencia. Importan la productividad, la energía como concepto mercenario y el chantaje geoestratégico, pero Europa se educó a sí misma en la contradicción y no en el realismo, y ha fomentado durante lustros un buenismo edulcorado en torno a la ‘transición ecológica’ que ahora debe frenar por la lógica del sistema. Y desde luego, porque las alternativas a las energías tradicionales son insuficientes, o aún no son eficientes, o no se han desarrollado con el calendario previsto, o son muy caras por muy buena prensa de que gocen.

Nadie puede dudar de que la abrasión del cambio climático afecta seriamente al planeta. Pero tampoco, de que en momentos de crisis y de alza masiva de los precios es imprescindible dar respuestas a la ciudadanía. Y es ahí donde los países entran en contradicción. El nuevo Gobierno alemán, la ‘coalición semáforo’ entre socialistas, verdes y liberales, afronta ya su primera crisis por este motivo. Y en España, aunque de momento el PSOE y Podemos mantienen un criterio unívoco respecto a la energía nuclear, terminarán enfrentándose por la ‘regla fiscal’ que pretenden recuperar Alemania, Italia y los países nórdicos y de Centroeuropa considerados ‘frugales’. Antes o después, Sánchez se verá obligado a modificar su estrategia. Se bautizó a sí mismo como el líder de la socialdemocracia europea, pero el triunfo de Scholz en Alemania le ha arrebatado la bandera. Más aún, cuando Scholz impondrá en lo económico una línea continuista respecto a Merkel, de modo que no solo ha anunciado nuevas ayudas a las empresas por valor de 30.000 millones -algo impensable en España-, sino que prevé retomar la senda de la austeridad desde la izquierda. Sánchez podrá predicar en el desierto las bondades del endeudamiento eterno y podrá seguir haciéndose trampas al solitario con la inflación y con unos presupuestos no acordes con las previsiones reales de crecimiento de la economía. Pero necesariamente tendrá que adaptarse. Muchos mitos de la izquierda como la lucha contra la austeridad, la expansión fiscal, y ahora también la energía nuclear, empiezan a decaer porque se impone la crudeza frente a lo discursivo. Y cuanto más tarde España en tomar nota, más sufrirá las consecuencias.

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