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Tras lo del domingo, la militancia de UGT y CC.OO. debería relevar a Álvarez Suárez y Sordo Calvo

Luis Ventoso

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Tiene 59 años y se apellida Álvarez Suárez, lo que no sugiere un origen lituano, y aunque nació José María le llaman Pepe. ¿De qué nacionalidad será ese tipo morenocho y de bigotón, que guarda parecido con Alfredo Landa en la formidable «El crack» de Garci? En efecto: Pepe Álvarez es español, para más señas de Belmonte de Miranda, pequeña población asturiana a 56 kilómetros de Oviedo. Pepe estudió FP en su tierra y a los 19 años, como tantos españoles, hizo el petate y emigró a Cataluña, donde las opciones de empleo eran mayores (en parte por la valía de los empresarios catalanes y en parte porque desde comienzos del XIX la comunidad fue primada por el Estado con un arancel que le reservó el monopolio del textil, bicoca que le permitió despegar a costa de otras regiones). Pepe se empleó en una compañía ferroviaria y se hizo sindicalista. Durante un porrón de años fue el secretario del metal de UGT Cataluña, hasta convertirse en el líder del sindicato socialista tras la retirada del veterano Cándido Méndez.

Tiene 45 años y se apellida Sordo Calvo. Tampoco parece que estemos ante un apellido lapón, ni ante el descendiente de una saga de vascones cuya memoria se pierde en los anales de los valles guipuchis. No: Unai Sordo Calvo es de Baracaldo e hijo de emigrantes vallisoletanos. Estudió graduado social, se empleó en una firma maderera y de chaval se afilió a las juventudes de CC.OO.. Fue trepando en el escalafón y durante ocho años ejerció como secretario general en el País Vasco. El año pasado sustituyó al ferrolano Toxo como líder nacional de Comisiones.

Este domingo, los sindicatos dirigidos por Álvarez Suárez y Sordo Calvo secundaron en Barcelona una manifestación separatista y de apoyo a los golpistas que en octubre atacaron la democracia española. Incluso firmaron la solicitud de permiso gubernativo para la marcha. Si Álvarez Suárez y Sordo Calvo preguntasen a sus afiliados de toda España si apoyan o no semejante felonía antiespañola, sin duda perderían por goleada. Además, han traicionado el legado de sus mayores. Marcelino Camacho, Nicolás Redondo, Fidalgo, Cándido, Toxo... a su modo, con sus aciertos y errores, todos eran patriotas españoles. A ninguno se le habría pasado por la cabeza violentar el espíritu sindical, internacionalista y de fraternidad entre trabajadores y pueblos, para apoyar a un movimiento supremacista y regresivo, que tiene como obsesión romper España. ¿Por qué se han prestado entonces a hacer de palmeros de los sediciosos? Pues por un rampante complejo de inferioridad. En su psique, deformada por décadas de presión separatista, sienten que ser español es un baldón, que para integrarse de verdad en Cataluña y el País Vasco toca ser más papistas que el papa, es decir: nacionalista. Han hecho exactamente lo contrario de lo que necesitan y desean los trabajadores españoles, a quienes la partición de España haría un daño inmenso. Los afiliados deberían dar una lección política y moral y echar cuanto antes a Álvarez Suárez y Sordo Calvo, porque el domingo quedaron inhabilitados para sus cargos.

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