Vidas ejemplares

Lo bueno y lo otro

Intento de examen ecuánime de Rajoy y el «rajoysmo»

Luis Ventoso

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A sus 62 años, camino de celebrar 35 primaveras en coche oficial, Rajoy está curado de espantos. Con su aire de funcionario impertérrito ha vadeado charcos de todo calado. Superó la liza sucesoria, donde regateó a Rato y Mayor Oreja, a priori más eminentes; dejó atrás la crisis más grave desde el crack del 29, también el sonrojo del caso Bárcenas, el «no es no» de Sánchez y la revuelta secesionista. Hasta ha cenado con Obama, Merkel, May y compañía departiendo con un inglés de supervivencia. Pero a pesar de su rodaje, ayer afrontaba un test bastante imponente en el foro de ABC en el Casino de Madrid, con el top del Ibex escrutándolo desde las mesas del bello Salón Real y nueve de sus ministros entre los comensales. Tras su intervención, vamos con un intento -probablemente imposible- de hacer un balance ecuánime de Rajoy y el rajoysmo.

¿Le gustaría a usted tener un presidente que llegó al cargo en medio de una crisis atroz, en la que la riqueza nacional cayó un 10% y se liquidaron 3,5 millones de empleos, pero que ha logrado darle la vuelta al calcetín? ¿Aprobaría a un presidente cuyo país es el que más reduce el paro en la UE, donde en los últimos cuatro años se han creado en cada ejercicio medio millón de empleos, donde el PIB y la recaudación fiscal están ya a niveles pre crisis, donde el empleo juvenil crece más que la media total y donde se ha cambiado el modelo productivo librándolo de la ladrillo-dependencia? ¿Daría usted su apoyo a un presidente que ha logrado parar un golpe de Estado separatista sin crear ningún trauma ni altercado grave de orden público? ¿Le agradaría contar con un mandatario de carácter sereno, que escapa de la gresca y la mala educación y tiene el ego bastante contenido? ¿Aprobaría a un presidente que es manifiestamente europeísta y se ha granjeado el apoyo de Alemania, la potencia que lidera la UE? ¿Le gustaría contar con un presidente independiente de las grandes multinacionales, que se atreve a decir que «las empresas tienen que pagar sus impuestos aunque se llamen Amazon»?

Pero hay más preguntas. ¿Le resultaría grato contar con un presidente que cuando se le pregunta por los presupuestos, la herramienta estelar y básica de un Gobierno, responde con pachorra y displicencia que siempre pueden prorrogarse? ¿O que cuando se le pregunta por la amenaza del PNV de forzar el derecho a decidir en el País Vasco responde que él se lleva muy bien con ellos? ¿Le gustaría tener un presidente tan difuso y evasivo que es incapaz de desautorizar, o dar la razón, a su ministro de Hacienda cuando anda diciendo por ahí que va a premiar con quitas de deuda a las comunidades incumplidoras? ¿Le convencería un presidente que todo lo despacha como si fuese un trámite burocrático, sin el menor intento de buscar cierta elocuencia argumentativa e intelectual? ¿Le seduce un líder que hablando de política durante una hora es incapaz de hacer una sola alusión a la vergüenza de la corrupción que ha desacreditado a su partido?

A estas alturas de la novela Rajoy ya no va a cambiar. Es así, con sus virtudes y sus defectos. Pero tiene una suerte: los cracks de la Nueva Política y buena parte de su partido lo engrandecen.

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