David Gistau

Agitación

Con su dispersión a las tonterías, Podemos está perdiendo la oportunidad de convertirse en el único partido de oposición

David Gistau
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La sucesión de acontecimientos relacionados con el último caso aislado de corrupción en el PP tuvo lugar mientras Rajoy estaba en Brasil. Llegué a creer que había pegado una «espantá» como la de Estanislao Figueras cuando se despidió de su gabinete diciendo «Estoy hasta los cojones de todos nosotros» antes de subirse a un tren a París. Más allá de que Rajoy pensara o no regresar a España, la sensación, ya reiterativa, era que el caso Madrid acababa de reventar el plan de la segunda legislatura marianista como el caso Bárcenas hizo con la primera. Pero sin una mayoría absoluta en la que atrincherarse hasta que escampara como durante aquellos días en los que alguien hizo circular los rumores de que Sáenz de Santamaría estaba dispuesta a asumir la presidencia en cuanto Rajoy dimitiera.

Aunque esta vez sea otro, y no el propio Rajoy, el que sale en los SMS, idéntico es el estigma de un partido –débil ahora en el Parlamento– asociado al único argumento de la corrupción de tal forma que aquellos de sus miembros destacados que aún aspiran a tener un futuro van constituyéndose en compartimentos estancos que se declaran libres de pasado y ajenos al oficialismo. En Italia y en Argentina, decadencias similares de partidos de poder inspiraron la improvisación de siglas de emergencia en las que acogerse a sagrado y desvincularse uno de las siglas culpables.

Tremendista o no, la primera respuesta política a este nuevo zafarrancho de corrupción que destartala el PP cuando intenta gobernar es el anuncio de moción de Iglesias. Es verdad que en Podemos se empeñan en actuar como si tuvieran sistemas de comunicación alternativos con La Gente –¿telepáticos?– según los cuales lo que La Gente quiere es distinto de lo que expresó en las urnas. Como también lo es que, oscilando entre la movilización urbana y este descubrimiento que ha hecho de las mociones, Podemos intenta adquirir porciones de poder, decisión y coacción mayores que las que les fueron adjudicadas en las elecciones. Pero no es menos cierto que Podemos acaba de tomar una decisión políticamente más interesante que la de escrachear como Helenio Herrera decía que ganaba los partidos de fútbol –sin bajar del autobús– y zarandajas semejantes. Decíamos el otro día que, con su dispersión a las tonterías teatrales, a las gamberradas, la más ridícula de las cuales ha sido la de Irene Montero pegando voces delante de la SER como si no le permitieran entrar en una discoteca, Podemos estaba perdiendo la oportunidad de aprovechar la ausencia del PSOE para convertirse, al mismo tiempo, en el único partido de oposición y único en activo de la izquierda. No la estaba perdiendo por radical, sino por adolescente que quiere epatar diciendo cacaculopis. La moción, más allá de cuán autolesiva pueda volverse, pilla al PSOE sin redefinirse y concede a Podemos, durante unas semanas, la oportunidad de ser, dentro del Parlamento, la voz oficial y casi única de la oposición. Otro gran debate nacional y el PSOE no tiene ni silla.

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