Ni tan mal

Cachondeo aparte, españoles e ingleses nos llevamos bien

Luis Ventoso

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Ayer, en la última de ABC, el siempre brillante Álvaro Martínez respondía con humor a una descripción irónica del carácter español que había publicado «The Times» . Su coña marinera con los ingleses se convirtió en la web en eso que llaman «noticia viral». Aunque el cruce de puyas anglo-español es divertido, nos llevamos bastante bien. A los británicos les chifla España, como prueba el que son los extranjeros que más nos visitan (18 millones anuales). A su vez, más de 300.000 españoles viven en el Reino Unido. Hay más indicios. Los bares de tapas españolas triunfan en Londres (algunos buenos y otros con pinchos que lindan con el Código Penal). El vino más trasegado en Inglaterra es un rioja que aquí calificaríamos de trotero. Las empresas españolas son omnipresentes en Gran Bretaña, desde que aterrizas en Heathrow (Ferrovial) y siguiendo por O2, Santander, Sabadell o el planeta Inditex. Los dos países encabezaron los mayores imperios que ha conocido el mundo.

Pero somos diferentes. Si juntas a más de cuatro ingleses frente a una puerta, de manera casi genética formarán una cola. Si haces lo mismo con cuatro españoles, su primer afán será cómo saltarse la cola. Los ingleses parecen circunspectos, pero en cuanto cruzan el umbral de un pub se activa un mecanismo psicológico no aclarado que los lleva a hablar a grito pelado. Los españoles ni somos circunspectos ni intentamos parecerlo y no se requiere un bar para hablar a voces. Los ingleses arrastran dos patologías del alma: la hipocresía y el clasismo. Las nuestras son la envidia y el auto desprecio. Los ingleses son buenos. Pero peores de lo que creen. Los españoles somos buenos, y mejores de lo que creemos.

Más del 40% de los ingleses se declaran agnósticos, mientras que casi el 70% de los españoles siguen considerándose católicos. La crisis anglicana es tal que en algunas iglesias te regalan una copita de vino en el oficio dominical. En España triunfan los concursos de cocineros y en Inglaterra, los de reposteros. En general la tele británica es mejor y la construcción y el wifi, mucho peor. La prensa inglesa gasta más sentido del humor, pero en su versión amarilla es abyecta. Los ingleses inventaron la democracia moderna. Los españoles trabajamos para cargarnos la que hemos construido con gran mérito. Los españoles somos más sensuales que los ingleses, que hasta este siglo sopesaban seriamente si era más interesante en la cama el sexo o la bolsita de agua caliente (casi siempre ganaba la segunda). Los ingleses adoran a los animales, pero tal vez podrían querer un poco más a los de su propia progenie. Los españoles conservamos unos afectos familiares que son un tesoro y un milagro. La política de Westminster es sofisticadamente brutal. La de España es brutal sin sofisticaciones. Los ingleses regalaron al mundo el liberalismo, la máquina de vapor, la penicilina y los Beatles. Nosotros le dimos el catolicismo, la fregona y el futbolín, y una alegría de vivir y un poso de humanidad que ya conservan pocos pueblos. Shakespeare y Cervantes habrían hecho buenas migas. Hablarían de teatro, versos, mozas y dineros en cualquier taberna astrosa. Les daría el alba y seguirían riéndose del mañana.

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