Mayte Alcaraz

Ada

Mayte Alcaraz
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A Ada, con 42 añazos, no se le conoce mayor experiencia y formación que calarse camisetas ideológicas para detener desahucios, muchos de los cuales, dicho sea de paso, clamaban al cielo. No terminó sus estudios porque enseguida se supo bien colocada en una profesión que no obliga a madrugar ni a aguantar al jefe: indignada. Líder de los descamisados de Barcelona, descubrió que luchar contra Goliat le rentaría: ser alcaldesa de la segunda ciudad de España a cambio de tres clichés y cuatro gritos. Quién da más. Para ello solo había que convocar a los afines a la hora de los telediarios amigos, vocear contra los oligarcas y aprovechar la angustia de algún ciudadano despojado injustamente de su casa para hacerse una carrera en el olimpo del sálvame político en el que estamos instalados desde hace unos años.

Los gestos de Colau se cuentan por desaires al resto de España

Ada Colau se desgañitó para que, a 600 kilómetros de distancia, le oyera un malvado hombre llamado Mariano Rajoy, que echaba a los ancianos y niños de sus hogares mientras se fumaba un puro. Olvidó que a pocas cuadras de sus grescas gobernaba una burguesía tan rancia como la que más pero mucho más desleal y farsante que la media, camuflada tras una mentira separatista mientras malversaba el dinero público para financiar su coartada soberanista. Ocupada en el activismo callejero, no tuvo tiempo de pisar los hospitales públicos catalanes. Lástima. Hubiera sabido entonces que su Comunidad estaba en bancarrota: ni se pagaba a las farmacias ni se abrían los quirófanos por la tarde, mientras los fajos de los Pujol cruzaban a Andorra y se destinaba dinero a mentir al mundo sobre España. Hoy ocupa su despacho justo enfrente del que disfruta el presidente (?) de la Generalitat, Carles Puigdemond, que anteayer delegó en su segundo Oriol Junqueras (otro de la izquierda de megáfono), para que rogara al malvado Estado que le auxilie porque otros malos de la película, los de la agencia Standard & Poor´s, tienen previsto tomar una decisión que podría suponer otorgar a Cataluña la peor nota de solvencia.

Pero ayer la muy excelentísima señora alcaldesa de Barcelona, la misma que pronto se mimetizó con la espesa bruma del independentismo que todo lo tapa, decidió volver a los telediarios dando un puntapié grosero y maleducado a dos militares que tan solo se ocupaban de informar a los padres, en el Salón de la Enseñanza de Barcelona, de que las Fuerzas Armadas pueden ser una buena salida profesional y formativa para sus hijos. A la señora regidora de la Ciudad Condal le molestaba que «hubiera presencia militar» en un salón educativo. Y los echó. Sin más.

Sé que a quien huye de estudiar algo le será enojoso repasar el inmaculado expediente de nuestras Fuerzas Armadas en el mundo, sus misiones de paz, su distancia del golpismo bolivariano que tan de su gusto parece o su gran profesionalidad, a pesar de los recortes. No pido tanto. Pero sí un poco de coherencia: el resto de España no es un cajero automático al que se le pide dinero a patadas.

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