De izquierda a derecha, Anahí Berneri, Celeste Cid y Leonardo Sbaraglia, directora y actores de «Aire libre»
De izquierda a derecha, Anahí Berneri, Celeste Cid y Leonardo Sbaraglia, directora y actores de «Aire libre» - efe

Huelga general del cine a competición en el Festival de San Sebastián

La Sección Oficial a competición lleva un par de días de morros y no hace otra cosa que echar películas como vengándose de una ofensa

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La Sección Oficial a competición lleva un par de días de morros y no hace otra cosa que echar películas como vengándose de una ofensa… Pero, ¿qué le hemos hecho?... La película argentina «Aire libre», de Anahí Berneri era un enorme bostezo alrededor del aburrimiento de una pareja, y la francesa «Eden», de Mia Hansen-Love, era un agotador retrato de la vida nocturna de un Dj cuyo interés artístico o humano era exactamente ninguno. La película canadiense «Félix y Meira», de Maxime Giroux, resultó algo más interesante aunque sólo fuera por el rostro sugerente de la actriz Hadas Yaron, que ya utilizó esas mismas armas en «Llenar el vacío». En total, seis horas de cine que pasa muy, muy despacio y que se olvida muy, muy deprisa.

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Lo de «Aire libre» podría calificarse de cine hallazgo, pues te descubre algo realmente insólito, de lo que no se tenía noticia: un matrimonio joven que no se acopla bien y que se está mudando de casa. Nos comemos su mudanza, sus arreglos a la nueva vivienda, el espacio no libre y viciado que se ensancha entre ellos, sus brotes de inmadurez, dudas y vacíos como si todo ello tuviera el menor interés…, pasan los minutos, las horas, los días y aquello se mueve menos que la chica del lanzador de cuchillos. Al final, a punto está de ocurrir algo (que no sea lo de siempre, lo de cientos de millones), y probablemente si la película empezara entonces, quizá habría algo provechoso.

La francesa «Eden» era justo lo contrario, un infierno, pues siguiendo a su protagonista, ese joven Dj sin la menor trascendencia, el argumento salta de «rave» a discoteca y de fiesta a resaca matinal, todo bien molesto entre el chunda, chunda y la música de garaje, y con una crónica generacional y ambiental en la que, si alguien hubiera metido una idea, un pensamiento, se hubiera deshecho la reunión. Tan llena de ruido, de música y de movimiento, y tan perezosamente quieta y vacía.

La canadiense «Félix y Meira» tenía, al menos, esos dos personajes: ella, casada con un judío ultraortodoxo que es una máquina de regañar, que conoce a un tipo muy heterodoxo, el tal Félix, ingenuo como ella y que le pone algo de música al paisaje mortecino de su vida. Hay momentos con cierto encanto y algún que otro pasaje emotivo, pero la película es uno de esos filetillos limpios y sosos que piden a gritos la ferocidad, la grasa y el sabor de algún nervio.

La Sección Oficial de esta edición necesita urgentemente, pero ya, una película con garra.

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