Josefina Gómez Mendoza es premio Nacional de 2014 por la Sociedad Geógrafa Española y vicepresidenta de la Real Academia de Ingeniería
Josefina Gómez Mendoza es premio Nacional de 2014 por la Sociedad Geógrafa Española y vicepresidenta de la Real Academia de Ingeniería - ISABEL PERMUY

«La ultraprotección provoca que la gente abandone el mundo rural»

La geógrafa Josefina Gómez Mendoza apuesta por una protección de los espacios naturales compatible con el uso de los vecinos

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Desde el Mirador de los Robledos se divisa este «valle ejemplar», que puede abarcarse entero de un vistazo. "Un valle intramontañoso que lo tiene todo, como Los Alpes o Los Andes, pero a escala reducida", resalta Josefina Gómez Mendoza, geógrafa de formación, que ve en este paisaje un libro abierto en el que le gusta leer... y enseñar. Para la mayoría de quienes lo visitan, éste no es más que un lugar en el que deleitarse, rodeado de silencio, cuando hay pocos visitantes. Y es que «para ver hay que mirar y hay que saber», como está escrito en la mesa de piedra del mirador que ayuda a poner nombre a lo que vemos. Mirando hacia Rascafría, se alza, al fondo, Cabeza Mediana.

Detrás queda Peñalara, el techo de la sierra de Guadarrama.

Pero a la atenta mirada de Josefina no pasan inadvertidos otros detalles: «Me gusta este sitio por la simbiosis que hay entre naturaleza y acción humana, que da lugar a los paisajes que vemos, de extraordinaria calidad, y que ahora están en un Parque Nacional, pero que deberían haberse protegido mucho antes. Hay una organización de todo el territorio bastante clara y que repiten todos los pueblos del valle. En torno a estos núcleos urbanos está el terrazgo, o zona de cultivo, normalmente para heno. Esos cultivos o prados están rodeados con cercas vivas de fresnos u olmos y forman un mosaico paisajístico espléndido. Y después, al ir ascendiendo, se va desarrollando el robledal, luego el pinar silvestre y finalmente el pastizal de altura, que corona el paisaje. Todo eso tenía una coherencia dentro de la sociedad tradicional, con un aprovechamiento fundamentalmente ganadero, pero compatible con la agricultura y selvicultura para atender a otras necesidades».

La Sociedad Geográfica Española acaba de otorgar su premio Nacional de 2014 a esta polifacética mujer, catedrática emérita de Análisis Geográfico Regional de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fuerectora, la segunda en España. Ha sido también consejera de Estado, una etapa de la que, dice, aprendió mucho; pertenece a la Academia de Historia y al Colegio Libre de Eméritos. Y desde 1998 es Ingeniera de Montes de Honor.

Es también vicepresidenta de la Real Academia de Ingeniería (RAI), algo a destacar de su extenso currículo, «aunque proceda de Letras», señala. Todo un mérito, porque esta institución solo cuenta con tres mujeres entre su medio centenar largo de académicos, a pesar de que la proporción de féminas en las ingenierías llega al 30%. «Debería haber más», señala Josefina. Y argumenta que el motivo de tal escasez podría deberse a que la RAI «se fundó hace veinte años, y en ese momento las mujeres estaban menos presentes. Creo que hay voluntad de que entren más, pero las presentaciones de candidatas son complicadas, porque hay muchas ingenierías».

Su ingreso en la Academia de Ingeniería supuso «una sorpresa y una satisfacción muy íntima. Mi marido, que era arquitecto y ya había muerto, pertenecía a una familia de Pontevedra en la que los padres se sacrificaron hasta puntos hoy inconcebibles para que todos los hijos hicieran carreras de ingeniería o arquitectura. Y eran cinco, dos arquitectos y tres ingenieros. Yo pensé que realmente debería haber entrado mi suegro o alguno de mis cuñados, porque toda mi familia es de letras».

Llegó a esta profesión por casualidad. «Iba para historiadora, pero dos circunstancias torcieron esa vocación. La primera, que tenía un profesor de geografía excelente y sabía muchísima historia además. Mi memoria de licenciatura, la primera investigación sobre las tierras baldías y comunales, fue precisamente con él. Y luego por motivos personales, porque mi cónyuge era arquitecto y entendía bastante bien el territorio. Me acabé volcando en la geografía y nunca me he arrepentido».

Rendimiento de los montes

En el mirador de los Robledos, donde hace estas reflexiones en voz alta, se alza también el monumento al forestal. Y como Ingeniera de Montes de Honor y vicepresidenta de la Real Academia de Ingeniería es obligado preguntarle por el papel, a veces criticado, de los ingenieros de Montes en la conservación de la naturaleza en nuestro país. «Me hicieron Ingeniera de Honor porque estudié la bibliografía forestal desde la Fundación de la Escuela de Montes. Y la revista ‘Montes’ me dejó fascinada. Pude apreciar la labor territorial y forestal que habían hecho. Establecieron un principio que es la base de la ecología moderna, que fue el de que hubiera rendimiento sostenible de los montes», explica.

Sin las repoblaciones del siglo pasado, tan criticadas dentro y tan alabadas fuera, destaca Josefina, la sierra de Guadarrama no sería como hoy la vemos. Sería más parecida al monte Abantos, en San Lorenzo de El Escorial, después del incendio ocurrido en 1999. Curiosamente muchos parajes de la sierra guadarrameña aparecían desarbolados a principios del siglo XX, a causa de una explotación excesiva en la que no se tenía en cuenta la sostenibilidad. El propio Abantos era un buen ejemplo, plasmado en ilustraciones de la época. Algo a lo que los ingenieros de montes pusieron remedio. Sin embargo, no hay nada perfecto, destaca Josefina, y entonces la biodiversidad y el paisaje no se tenía tan en cuenta como ahora.

De aquella labor de los forestales surgieron muchos de los parajes naturales actualmente protegidos. «La labor de catalogación fue extraordinaria». En los primeros momentos de la larga desamortización civil «les dicen que se van a vender todos los montes públicos, menos los que ellos señalen. No era fácil reconocerlos y procedieron «por tanteo». Y deciden conservar los que ejercen efectos sobre el clima, como los de las zonas altas, poblados de árboles. Pero debían ser muchos y les pusieron nuevas restricciones. Entonces decidieron limitarlo a las masas de pinos, hayas y robles. Y de ahí las grandes ventas de encinares, que no quedaron protegidos», explica Josefina. Ahora vamos marcha atrás, destaca, «y puede que haya gente planteándose, con esta ola de privatizaciones, que los pueblos puedan vender sus montes públicos. Y eso me espanta».

Otra pregunta obligada: ¿Espacios protegidos de «mírame y no me toques» o «domesticados»? «Yo soy partidaria de que la protección sea compatible con el uso de los vecinos. La ultraprotección provoca que la gente abandone el mundo rural», señala y explica que acaba de escribir en la «Revista de Libros» sobre cómo evitar que las montañas se despueblen. «Ya es tarde, porque ahora lo que hay que hacer es que vuelvan. Hay una comisión del Senado para estudiar normas que eviten el despoblamiento».

En su opinión quienes diseñan los planes de protección deberían tener en cuenta el factor humano: «Habría que escuchar a los que viven en el territorio. Los políticos no tienen que administrar solo en función de la rentabilidad, sino de las necesidades de los habitantes de la zona. Y si algo pasa a ser de interés público, habrá que compensarles. La clave está en un planteamiento mucho más democrático, no solo de arriba abajo, sino también desde abajo».

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