El Edificio Capitol, una de las imágenes más fotografiadas de la siempre concurrida Gran Vía
El Edificio Capitol, una de las imágenes más fotografiadas de la siempre concurrida Gran Vía - isabel permuy

Madrid, donde el atasco también es poesía

La Puerta del Sol es un puerto con reloj de campanario, donde van y vienen las gentes en el ceremonial emonocionante de conocerse o despedirse

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Me gusta citar a Antonio Muñoz Molina, a propósito de Madrid: «Es una ciudad a la que puedes echar la culpa de todo». Con esta definición probamos a encerrar la ciudad, a la que no hay frase o definición que la encierre. Pero sí, Madrid tiene la culpa de todo, para bien o para mal. Estamos a un rato de celebrar el Día de la Comunidad, y conviene el homenaje a Madrid, porque lo propone el calendario, y porque sí.

Escribía Umbral que Madrid es «un género literario», y es cierto. Basta llegarse a la Gran Vía, y ahí lo tienes todo resuelto, a cualquier deshora, desde la compra de un fular al alterne con valquirias solitarias, en café como museos, empezando o acabando por Chicote.

En Madrid empieza a cada rato una novela, sólo que a veces la novela nos incluye, y a veces no. A Madrid viene el peatonaje de provincias, y me refiero también a las provincias de Europa, a hacerse todo el picnic de tapeo de la Cava Baja y a ir al Bernabéu, porque el Real Madrid tiene mucho gancho turístico. El Bernabéu es otro Museo del Prado, sólo que al revés.

Madrid tiene el Joy Eslava, para maniquíes equívocas, y ligones de catálogo, y luego tiene los desmontes de la Ciudad Universitaria, donde juegan al amor las ninfas de botellón. Entre una cosa y la otra está la Puerta del Sol, donde el personal hace cola para un «selfie» en la baldosa del kilómetro cero, y se cita a la sombra del Oso y el Madroño, para cumplir una adiós, o una bienvenida.

El Oso y el Madroño están ahí, de testigos de estatua, viendo cómo la gente se anuda o se separa, viendo cómo la Puerta del Sol es un puerto con reloj de campanario, donde van y vienen las gentes en el ceremonial emocionante de conocerse o despedirse. Madrid sostiene, a diario, un nutrido y casi secreto menú cultural. Y digo casi secreto porque el vicio de la cultura es un vicio solitario y minoritario, que a veces se hace populoso y municipal, por énfasis de los mandas del ayuntamiento, por algarabía del vecindario, y por alegre participación de artistas de vitola diversa.

Hace poco hemos tenido la Noche Blanca, y pronto tendremos todo el soleado trajín de los días de la Feria del Libro. Lo que uno persiga está en Madrid, que a veces, encima, se mete en verbena. Ahora se alquilan bicicletas para pasearse por el barrio de los Austrias, y en Malasaña la noche siempre acaba de empezar. Lo que pasa con Madrid es que Madrid no nos deja ver Madrid. Ahora que vivimos en un puente de asueto es cuando quizá mejor podemos viajar a Madrid, que queda tan lejos, estando tan cerca.

Sabina lo cuenta de otra manera: «En Madrid, un atasco a mediodía es una putada. Pero de madrugada, un atasco es poesía».

Casi no nos cabe en Madrid el Madrid que tenemos.

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