Decenas de personas acuden cada domingo a la célebre cuesta de Moyano
Decenas de personas acuden cada domingo a la célebre cuesta de Moyano - ISABEL PERMUY

Enero, en la otra cuesta de Madrid

Treinta casetas de libreros de toda la vida remontan todas las crisis de la famosa «subida» de Moyano

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Toda caseta de libros antiguos tiene algo de esplendoroso naufragio, de medio enterrada maravilla, de desorden sagrado. Así, la Cuesta de Moyano, que no tiene una caseta, sino treinta. En estos días de frío vive más parada en el tiempo que nunca, con un sol de estímulo que viene del fondo de los siglos, hasta pararse en el mostrador de la Librería Argileto, o Gulliver, donde Borges es un best-seller. Enero enfila esta otra Cuesta, donde están los otros regalos de Reyes, que muy poca gente hace. Estamos hablando de los doscientos metros más literarios de Madrid, que empiezan en el Paseo del Prado y acaban a pie de Don Pío Baroja, que está ahí, en franca estatua, vigilando el tinglado con su cara agria de caballo irónico.

También pudiera decirse que la Cuesta de Moyano empieza en el Parque del Retiro, rumbo abajo, y no acaba nunca, porque un libro es una brusca eternidad, y aquí hay más de trescientos mil ejemplares, según estimaciones de los sabios del lugar, o acaso aún más. De modo que estamos glosando la historia del libro antiguo o de lance, y la vida de la ciudad de Madrid, que tiene en esta Cuesta una de sus vértebras principales, por peatonal, bellísima y desusada. Es, digamos, la calle Preciados, pero al revés.

En Preciados venden corsetería de oro y jamón de seda, y el turismo se agolpa, y en la Cuesta de Moyano venden una edición de Tolstoi, en pergamino, por ochenta pavos y poemarios de la Generación del 27 por un euro escaso, e incluso menos, en las mesas de oferta. Creo que fue Gómez de la Serna quien la llamó «feria del boquerón», por el precio en céntimos de sus libros. Pérez Reverte arriesga que aquí se llega «ávido por cazar hasta sin hambre».

Clientela fija

La Cuesta de Moyano tiene una clientela fija, que viene buscando la joya de rareza, generalmente una pieza de edición antigua, o insólita. Luego está el peatonaje de menudeo, no necesariamente lector de oficio, que compra algo barato, por coronar el rato ocioso. Es queja extendida entre los libreros, donde se reúnen veteranos o veteranísimos de este empleo y luego una generación de treintañeros, que la Cuesta de Moyano no esta debidamente promocionada en el cinturón cultural de la zona, tan fastuosa en museos. E incluso que no está ni debidamente señalizada, como feria permanente del libro, según añade alguno.

Estamos, en cualquier caso, ante unas gentes de milagro que tienen en internet un susto para su negocio de artesanía, pero sobre todo en la pérdida del lector con amor al libro. De antes, de hoy, de siempre.

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