Andoni Ortuzar, presidente del PNV, durante la celebración del 120 aniversario de la fundación del partido
Andoni Ortuzar, presidente del PNV, durante la celebración del 120 aniversario de la fundación del partido - efe

El PNV en 120 años: del integrismo radical de Sabino Arana al compás de espera de Urkullu

Los nacionalistas, en una fase moderada, aguardan al desenlace del desafío secesionista de Artur Mas

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«Sabino Arana estaría contento si pudiera estar hoy con nosotros». La frase de Andoni Ortuzar, presidente del PNV desde 2013, pronunciada en la reciente celebración del 120 aniversario de la creación del partido, en Guernica, apelaba al fundador en una jornada de exaltación de puertas adentro. La conmemoración de la decisión de Arana de crear el partido nacionalista vasco en Bilbao en 1895 coincidía con un momento de hegemonía institucional, propiciado por el inestimable apoyo del PSE: hoy la formación con cuartel general en Sabin Etxea controla, además del Gobierno autonómico, las tres Diputaciones y los Ayuntamientos de las tres capitales de provincia; o, en la jerga nacionalista, Territorios Históricos.

De ahí la alegría de Arana que imaginaba Ortuzar.

La de un padre satisfecho más de un siglo después de poner en pie su obra. Así recoge la «literatura oficial» la contribución de su fundador: «Frente a todos los inconvenientes que se le opusieron, (multas, clausuras, censuras y prisión por el delito de opinar) Sabino Arana sacrificó su vida y hacienda en su afán por despertar la conciencia nacional de los vascos antes de que pudieran desaparecer como pueblo. Toda su actividad política duró tan solo diez años, desde 1893 hasta su muerte en 1903, a la temprana edad de treinta y ocho años, pero para entonces había logrado cumplir su objetivo difundiendo la conciencia nacional vasca entre muchos de sus compatriotas y dotando a su país de un partido político moderno, como era EAJ/PNV, que sería el eje fundamental de la actividad política del nacionalismo vasco».

De acuerdo con la génesis que difunde el PNV en su web, Arana, «influenciado por la formulación del principio de las nacionalidades de Italia y por la creación del Estado alemán (…) fue contundente al afirmar la nación vasca y la exigencia de un Estado vasco, como formulación jurídico política para preservar la identidad del pueblo vasco».

«Desde el punto de vista ideológico permanece muy poco» de aquel PNV seminal, opina Santiago de Pablo, catedrático de Historia Contemporánea de la UPV. «También Sabino Arana evolucionó. Del primer Arana, muy radical, integrista, racista, queda poco a nivel ideológico. Sí a nivel simbólico, con la querencia por elementos folclóricos. El integrismo religioso ha desaparecido por completo. Queda cierta pátina etnicista, pero al mismo tiempo es un partido muy pragmático». De Pablo, que en otoño lanzará «La patria soñada», precisamente sobre el PNV, ya describió en «El péndulo patriótico» (junto a Ludger Maas) las constantes oscilaciones que han marcado la historia del partido. «Hay un eje claro, la defensa del País Vasco como nación, pero al mismo tiempo ese ir modulando el mensaje entre el día a día, más pragmático, y la autonomía, y a veces oscilar hacia la radicalidad, buscar la independencia», explica este catedrático.

«En algunas ocasiones era un partido casi lindando con el autonomismo desde el punto de vista práctico, aunque desde el teórico seguía siendo un partido nacionalista que proclamaba o deseaba la independencia de Euskadi. No olvidemos que es una palabra inventada por Sabino Arana», coincide José Manuel Mata, profesor del departamento de Ciencia Política de la universidad pública vasca.

Hoy EAJ-PNV (EAJ es abreviatura de Euzko Alderdi Jeltzalea; a su vez, «JEL» comprime la expresión «Jaungoikoa eta legazarra», en castellano «Dios y leyes viejas», las piedras angulares de su fundación; de ahí que también sus miembros sean conocidos como «jeltzales») se define como un partido «vasco, democrático, participativo, plural, aconfesional y humanista, abierto al progreso y a todos los movimientos de avance de la civilización que redunden en beneficio del ser humano». Y establece entre sus fines «ser instrumento de realización del proyecto político nacionalista» y «acceder al poder político, especialmente a través de su presencia en las instituciones, como medio para hacer realidad su proyecto». Desde 1932 celebra el Domingo de Resurrección el Aberri Eguna, el Día de la Patria Vasca; y desde 1977, el último domingo de septiembre, el Alderdi Eguna, día del partido.

Múltiples escisiones

Las escisiones han jalonado la trayectoria del PNV. Algo «lógico», entiende De Pablo, en una institución tan longeva. Producidas, «en general, por la deriva entre radicales y moderados. Y generalmente es la parte radical la que se ha escindido. La moderada es la que se ha quedado con las siglas y la estructura. Y siempre se ha recompuesto». La primera separación de calado se produce en 1921, cuando el nacionalismo vasco se divide en dos facciones, una más moderada (Comunión Nacionalista Vasca) y otra más agresiva (Aberri), que se reunifican en 1930. Ese mismo año el descontento de los menos conservadores propicia la creación de Acción Nacionalista Vasca (ANV), una de las pocas rupturas propiciadas por las tensiones derecha-izquierda. Llegan el paréntesis de la Guerra Civil y la Dictadura, con José Antonio Aguirre ungido líder en el exilio.

A finales de los 50, nueva escisión, en este caso en las filas de la organización juvenil del partido (EGI), que da pie al nacimiento de Ekin, el germen de ETA. Así lo refleja el PNV en su «historia oficial»: «El PNV, y el Gobierno vasco en el exilio que este partido sustentaba, habían renunciado, prácticamente desde el final de la II Guerra Mundial, a establecer dentro del Estado español una resistencia armada contra el franquismo. "La Resistencia" organizaba huelgas, distribuía propaganda, preparaba actividades clandestinas o realizaba actos de autoafirmación vasca. Pero ahora ETA asumía una de las pocas armas de oposición que el PNV había decidido no utilizar: la violencia. ETA surgía a partir de un grupo de jóvenes que no había participado en la Guerra y que no estaban satisfechos con la situación política. Propugnaban el uso de la violencia para debilitar el régimen de Franco».

Vuelve la Democracia. El PNV se abstiene en la votación de la Constitución al fallar en su intento de que se restablezcan los fueros vascos, abolidos en 1839. En 1980 se celebran las primeras elecciones al Parlamento autonómico, con victoria «jeltzale», lo que sitúa a Carlos Garaikoetxea como lendakari. Se iniciaba una era de dominio ininterrumpido, ya entonces con el recurrente báculo del PSE (dinamitado por el pacto de Estella de 1998, cuando el entonces presidente de los nacionalistas, Xabier Arzalluz, se alía con la izquierda abertzale para negociar el final de ETA, después de constantes desplantes que fuerzan la ruptura socialista). Hasta que esa hegemonía se rompe en 2009 al brindar el PP su apoyo al PSE para que Patxi López se convierta en el primer jefe del ejecutivo vasco no nacionalista. Primero y, hasta la fecha, último, pues el PNV recuperó el sillón de mando en 2012, con Iñigo Urkullu convertido en nuevo lendakari.

Dominio no exento de turbulencias. En 1986 se produce la escisión más dolorosa: el entonces lendakari Carlos Garaicoetxea deja el cargo tras año y medio y funda Eusko Alkartasuna (EA). De todas las rupturas, «fue la más significativa, la más importante y la más traumática», valora Mata. «Además de cuestiones personales entre Garaicoetxea y Arzalluz, Garaicoetxea quería un país más centralizado y no estaba tan de acuerdo con la Ley de Territorios Históricos, y esto es algo que pertenece al ADN del PNV». Fue el momento de mayor debilidad de los peneuvistas, que a duras penas lograron mantener el Gobierno: en las elecciones anticipadas convocadas por Juan Antonio Ardanza, sucesor de Garaicoetxea, vence el PSE, que inexplicablemente ceden la presidencia autonómica al PNV. En el 88 es una de las formaciones que suscribe el Pacto de Ajuria Enea por la erradicación de ETA (una participación desvirtuado después en Estella). Es el mismo año del discurso de Arriaga de Arzalluz.

«Después de esta escisión se moderó mucho. También porque ha habido un problema aquí, que es la competencia que ha tenido con el otro sector del nacionalismo, surgido del PNV, que ha sido toda la constelación formada por ETA, el nacionalismo vasco radical. ETA rompió estas dos lógicas, la raza y la religión», explica Mata. De nuevo, sin embargo, no es un proceso lineal, pues se ve alterado significativamente, en uno de esos picos de «deriva soberanista» que ha experimentado el partido, con el «Plan Ibarretxe». Impulsado por el entonces lendakari, Juan José Ibarretxe, este proyecto independentista se presentó en 2001, fue aprobado en el Parlamento autonómico en 2004 y acabó rechazado de forma aplastante en el Congreso de los Diputados en 2005. «Fue un intento por dar por superado el Estatuto e ir a una mayor radicalización», analiza De Pablo. Fracasado el Plan Ibarretxe, el PNV se da cuenta de que «no funcionaba, rompía la sociedad vasca y daba a las a lo que entonces era Batasuna», recuerda el catedrático.

El PNV, hoy

Con motivo del centenario de su fundación, el PNV emitió en 1995 una «declaración» que, más allá de proclamas previsibles, como «Euskadi es nuestra patria» o «la lengua de nuestro pueblo es el euskera», recogía consignas como esta: «Por más diferencias de formación, de credo, ideología, nivel económico o prestigio social que haya entre nosotros, nos une desde nuestro ser de vasco, el instinto y la voluntad de salvar y potenciar a nuestro pueblo y a nuestra lengua, y el empeño de darle aliento en este tremendo cambio histórico».

Una suerte de manifiesto ampliado y puesto al día con motivo del 120 aniversario, cuando primero Ortuzar dio lectura a un decálogo, con afirmaciones como «aspiramos a construir una nación con todos los que pretenden unir su destino al de este pequeño país, que no pretende ser ni mejor ni peor de los demás, sino él mismo»; o el rechazo a cualquier «modo de coacción o imposición», así como cualquier «impedimento o limitación» para que se plasme «la libre voluntad democrática de la ciudadanía».

En el discurso posterior, el presidente del PNV aseguraba que «en el Estado español pueden pasar muchas cosas en los próximos meses. Tienen que pasar muchas cosas. Y en el PNV tenemos que estar presentes, pase lo que pase. Que aquello que no fue posible en el 78 sea posible ahora». Es decir: un nuevo estatus negociado con el Gobierno central. Con condiciones: «Solo desde el reconocimiento de nuestro hecho nacional, de nuestra soberanía, de la correspondencia mutua, del pacto entre iguales, será posible un acuerdo con el PNV. Solo pedimos eso». Terminaba Ortuzar reivindicando su «derecho a ser y existir» bajo el objetivo de ser «cada día menos dependientes de otros pueblos». Y aseguraba, como tantas veces, que «la sociedad vasca quiere ser dueña de su futuro».

¿Hasta qué punto va en serio el PNV con sus reivindicaciones soberanistas, mucho más tenues y matizadas cuando las formula el lendakari Urkullu? «Ahora está en una etapa más centrada, sin perder sus esencias. Ha aprendido de la situación catalana», responde De Pablo. «Una huida hacia adelante que ha terminado rompiendo la unidad del partido [CIU] y ha dado alas a los más independentistas. Ha habido un saber esperar, solucionar la crisis económica».

«Está en una situación un poco de compás de espera. Se dio cuenta de que aquello [el plan Ibarretxe] era un camino sin salida en las circunstancias en las que se encontraba», considera Mata. «Todavía ETA no ha entregado las armas. No sé hasta qué punto perciben que la población vasca, en estas circunstancias de crisis, podría aceptar este tipo de cuestiones. Aquí es muy difícil utilizar el argumento que se utiliza en Cataluña del dinero que no recibimos del Estado, porque aquí hay autonomía fiscal, desde todos los puntos de vista. Con ese argumento no se puede jugar. Se tienen que poner otros argumentos distintos, de carácter idiomático, de sentimiento y otras cuestiones. Esto es más complicado», añade.

Lo que permanece, más de un siglo después, es ese oscilar, ese «péndulo» descrito por De Pablo, encarnado hoy por un Urkullu más templado y un Ortuzar que se encarga, de vez en cuando, como en la celebración de Guernica, de apelar a los principios más soberanistas y azuzar a las bases. «El partido siempre era el guardián de las esencias y el Gobierno tenía que adecuarse a un sentido más práctico, de gobernar para la población, de comerse muchos sapos más allá de lo que pudiera pensar. La excepción fue Ibarretxe», considera Mata. Como detalla de Pablo, esa dicotomía ha sido una «constante» en el devenir del PNV, con un lendakari más pragmático y un EBB (el núcleo de dirección) más extremo. «Para algunos puede parecer mero oportunismo, pescar en todos los caladeros. Pero como estrategia a largo plazo ha sido exitosa. Ahí están los resultados electorales. Comparado con el resto de partidos tradicionales es el que mejor se mantiene».

Habrá que ver si esta estrategia sigue funcionando en el futuro. Y qué hará el PNV cuando concluya el desafío de Artur Mas en Cataluña y considere que ha terminado su espera.

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