El montañero llevaba tiempo pensando escalar el K2, que se aprecia de fondo en la foto
El montañero llevaba tiempo pensando escalar el K2, que se aprecia de fondo en la foto - j. m. fernández

El montañero José Manuel Fernández se atreve con el K2

Estará a compañado de Carlos Suárez y su esposa Ester, con la que acaba de contraer matrimonio

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Desde las cumbres de la Torre Sin Nombre, el Glaciar Baltoro y del Laila Peak se veía al fondo la retante figura del K2. Siempre que conseguía acercarse pensaba «yo tengo que subir ahí». Y en eso está José Manuel Fernández, que se casaba el pasado martes y apenas dos días después se dirigía con su ya esposa a subir uno de los ochomiles más difíciles, y solo superado en altura por el Everest. Le separan de su reto casi dos meses de aventura por aire y tierra, sinuosos caminos por carreteras nacionales en mal estado, brechas, gritas, kilómetros a pie y noches colgado en paredes verticales. Pero en su voz se nota ilusión y muchas ganas. Quizá también por la compañía, Carlos Suárez, que tras coincidir en varias subidas con José, se unió a esta «locura» planificada desde hace tiempo.

José Manuel Fernández nació hace 39 años en Madrid, pero su familia es de Río Gallo, en Guadalajara. Allí iba mucho los veranos, y su abuelo, desde pequeño, le llevaba a los parajes cercanos. Su pasión por la montaña creció, y probó la escalada. El Barranco de la Hoz y La Pedriza vieron sus primeros «pinitos», siendo aún un adolescente. Y enganchado completamente a la adrenalina de la montaña, empezó a proponerse cada vez picos más altos, paredes más escarpadas e incluso lo hizo su estilo de vida.

Una vida en las alturas

José trabaja en las alturas: desde pintando una tubería de un rascacielos hasta creando los seguros que fijan a la vida a los trabajadores que luego subirán a lo alto de los molinos eólicos. Y, entre medias, ha subido el Capitán, en Yosemite; ha abierto nuevos caminos en la Esfinge de la Cordillera Blanca peruana y en el Demirkazik del Ala Dag turco; ha hecho dos expediciones a Patagonia, seis al Himalaya, ha subido a los Alpes e incluso a las Georgias del Sur en el territorio antártico.

Y el currículum no acaba ahí, porque en 25 años de afición, la aventura le ha dado para mucho. «Esto siempre es un proceso de aprendizaje. Subes uno y te pica, y quieres subir el siguiente», explica. Él se declara como escalador de roca, pero afirma que la escalada alpina «tampoco se le da mal», aunque no sea «lo suyo». «También es cierto que viví una temporada en Inglaterra y allí practican mucho la escalada clásica, de hacer lo máximo con lo mínimo, y aprendí mucho».

Colgado en el vacío

Rememora noches colgado en una hamaca, con el vacío bajo su cuerpo, y esperando al día para continuar la expedición. La pasión es tanta que hace 15 años decidió junto con Ester, la mujer con la que se acaba de casar y jefa de expedición de su propia luna de miel en el K2, volver a Guadalajara, para estar más cerca de la montaña. «Íbamos y veníamos todos los fines de semana, y al final decidimos trasladarnos».

Hace dos años coincidió con Carlos, experto montañero madrileño de 42 años, y la conexión fue inmediata. De ahí nació la idea de hacer alguna expedición juntos, que ahora se hace realidad en el K2. «Es muy importante tener un buen compañero, y cuando hemos estado juntos ha habido muy buen rollo», afirma.

Juntos prepararon el viaje, que va desde Madrid a Islamabad, y de ahí en minibús por la Karakorum Highway, «que de highway no tiene nada», asevera. Veinticuatro horas de viaje «pegando botes» hasta llegar al Pakistán desértico, donde la temperatura sube por encima de los 40 grados. Skardu será la última parada en la «civilización» donde terminarán los últimos preparativos. Un jeep les transportará a Askole, donde comenzará la aventura a pie hasta llegar al campamento base del K2, a 5.000 metros de altura. «Pasaremos de dos a tres semanas de aclimatación antes de iniciar el ascenso».

Hasta allí, aparte de Ester, Carlos y José, otros cuatro amigos les acompañarán formando la comitiva, en la que también hay un cocinero, un guía y el enlace militar, que vela porque los montañeros escalen lo que han declarado que van a subir (la aventura tampoco se libra de la burocracia). Han calculado que del 15 al 20 de julio, cuando el tiempo lo permita, se lanzarán a hacer cima. «Es una montaña técnicamente complicada, y los ocho miles siempre son difíciles. También hay un porcentaje de suerte y que no te pille una mala tormenta o una piedra en el camino». No les amedrenta tampoco que los últimos años hayan sido «negros» en cuanto a la mala suerte de algunos de sus compañeros. «Por eso es bueno que el aprendizaje sea largo, porque si no es difícil. Es importante saber cuándo es ambición y cuándo es inconsciencia, y la gente que va a la montaña sabe que hay cierto riesgo», dice serio.

También es cierto que en los últimos años, ya sea por la atención de los medios o porque se han hecho varios programas de televisión al respecto, el montañismo se ha puesto de moda. Pero Jose defiende al gremio: «Hay españoles que escalan muy bien y no sale en los medios. Sin embargo, cuando pasa algún accidente, se le da mucho bombo».

Polémicas aparte, su objetivo está claro: coronar aquella montaña que ha visto en la distancia tantas veces, que le ha llamado a retarse un paso más allá e incluso pasar su luna de miel en la cima.

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