Alberto Núñez Feijóo celebra su victoria en las autonómicas de 2012 aplaudido por Alfonso Rueda
Alberto Núñez Feijóo celebra su victoria en las autonómicas de 2012 aplaudido por Alfonso Rueda - miguel muñiz

41 diputados, dos años después

Este martes se cumplían dos años desde las autonómicas que no sólo revalidaron el mandato de Feijóo, sino que reforzaron su mayoría y sacudieron a una oposición aun más fragmentada y que todavía busca rumbo y alternativa real

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Citando un diálogo de una película de superhéroes, «un gran poder conlleva una gran responsabilidad». En esa tesitura se encontraron el PP gallego y Alberto Núñez Feijóo hace exactamente dos años, cuando el 22 de octubre de 2012 amanecieron no sólo con una mayoría absoluta revalidada para un segundo mandato, sino ampliada hasta los 41 diputados. Una subida con la que nadie en el partido contaba, a pesar de que una encuesta interna que cada día servía el diputado Juan de Dios Ruano ya aventuraba este escenario, pero que nadie creía. O mejor dicho, nadie quería creer.

La clave estuvo, como ya se analizó tras la jornada electoral, en una menor participación y la fragmentación del voto de la izquierda con la irrupción de AGE, dando un doloroso sorpasso al BNG, que comenzaba así su andadura por el lado más gélido de las minorías parlamentarias.

Un descalabro socialista como pocas veces se había visto, un nacionalismo dividido y en el que la marca clásica seguía escarbando su suelo electoral mientras los escindidos de Beiras alcanzaban una efímera gloria aliados con IU.

En estos dos años, tras arreciar lo peor de la crisis económica entre 2009 y 2012, Galicia se suma al carro de la recuperación económica, que por el momento encuentra reflejo en los grandes datos macroeconómicos, pero que, al igual que al resto de España, le cuesta un mayor esfuerzo hacerse notar en las cifras del desempleo. Es la Galicia que ha pasado de caer el 0,9% en 2012 a prever un crecimiento del mismo guarismo para este año.

Las facilidades de la reforma laboral han permitido a la comunidad construir, por primera vez desde la crisis, un mercado de trabajo en el que hay menos desempleados que el año anterior. Las debilidades siguen ahí, con un naval que despierta pero con muchas dudas sobre el futuro de Navantia y unas exportaciones ralentizadas por la menor demanda externa y la fortaleza de la moneda única europea.

En estos dos años, el Gobierno de Feijóo ha experimentado, si cabe, una mayor soledad política que en la anterior legislatura, donde al menos consiguió consensuar con el BNG la reforma de la ley de cajas o algunas medidas sobre gestión sanitaria como la dispensación de genéricos. Con una mayoría más sólida, no ha tenido problemas en poner en marcha su programa de gobierno, con la excepción de la prometida reducción de diputados que no acaba de encontrar su momento dentro del calendario legislativo.

La soledad no tiene otra razón que una oposición montaraz, instalada en la enmienda a la totalidad de la gestión de los populares gallegos, secuestrada por el discurso antisistema y permanentemente ruidoso de AGE, y con el handicap de que su aparente líder, José Ramón Gómez Besteiro, no se sienta en el Pazo do Hórreo para la interpelación directa de Feijóo.

El PP es consciente de que el desgaste que no se produjo en la primera legislatura sí está haciendo mella en esta segunda, como reflejan los datos de las recientes elecciones europeas. Quizás no por defectos propios como por la inercia externa, con los casos de corrupción azotando la «marca PP» y tiñendo un complejo escenario de cara a las próximas municipales.

La oposición ha vivido un proceso de convulsión, de catarsis profunda. La debacle socialista costó el puesto a «Pachi» Vázquez, quien ahora intenta reciclarse como candidato a la alcaldía de Orense, y trajo a Besteiro. Sin embargo, el indefinido discurso del presidente de la Diputación de Lugo y su marcada delimitación territorial —es entendible que se deba a su provincia— no le están proporcionando todavía la proyección política que necesita el primer partido de la oposición. Sobre todo porque si algo siguen reflejando las encuestas es que para superar al PP necesita pactar con todos los demás, un cálculo que nadie quiere admitir, sobre todo cuando AGE se vislumbra como socio necesario.

Es, precisamente, el caso de AGE el que más está decepcionando en estos dos años. Con un mensaje ensayado en el laboratorio de Pablo Iglesias Turrión y anticipándose al fenómeno Podemos, Beiras se valió de su carisma y del aparataje de IU para volver al Parlamento. Los «antisistema» han malgastado su crédito a golpe de insultos —el listado de ofensas a Feijóo rebasa lo admisible—, desprecio a las instituciones por las que cobran —ausencias de plenos, comisiones, etc.— y peleas internas, como la que llevó a la escisión de Carmen Iglesias hacia el grupo mixto. El aire fresco comienza a percibirse enmohecido.

Y por último, un BNG que se ha refugiado en Xavier Vence para intentar resurgir de su particular pozo, pero que sigue siendo víctima de la cerrazón de la UPG, que limita cualquier posible coalición nacionalista al vetar organizaciones de ámbito estatal como Esquerda Unida. Ni siquiera los comunistas se quieren entre ellos. Mal cariz para unas siglas que ya apenas se entienden como una marca blanca de la UPG, al que las municipales le auguran un importante retroceso municipal, según los sondeos.

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