EN TERCERA PERSONA

Uber versus taxis

«Entendió perfectamente que algo tan bueno tenía que estar necesariamente prohibido en España, un país en el que imperaba el intervencionismo del Estado»

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Una vez probó la aplicación Uber en Estados Unidos entendió perfectamente que algo tan bueno tenía que estar necesariamente prohibido en España, un país en el que imperaba el intervencionismo del Estado en una supuesta economía de libre mercado.

Uber consistía en un ejército de coches con conductor que se reservaban a través de un aplicación en tu teléfono móvil. Este sistema permitía al usuario saber de antemano el precio que iba a pagar por trayecto, el tiempo que iba a tardar en recogerle el coche, la ruta que iba a seguir, el modelo de coche que le iba a recoger, la cara del conductor y, lo que era más importante, la calificación que había obtenido ese conductor por parte del resto de usuarios.

Además de que resultaba más barato que el tradicional taxi.

Era un sistema perfecto que premiaba el esfuerzo por parte del conductor de disponer de un coche limpio, ser amable y realizar de forma eficiente su trabajo. De no ser así, el cliente podía manifestar su descontento, pues era obligatorio calificar el servicio recibido una vez había acabado el trayecto. El conductor que no obtenía una buena calificación de forma reiterada, era llamado al orden por la empresa. Además, para poder trabajar con Uber, los coches debían de cumplir con una serie de requisitos mínimos de calidad.

Pensó en todo esto nada más llegó al aeropuerto de Manises y tuvo que enfrentarse a un taxi cochambroso conducido por un taxista cuya higiene personal dejaba bastante que desear. Un sistema diabólico que no premiaba la excelencia de los taxistas que sí que cuidaban sus vehículos y el servicio que daban al cliente, pues la carrera valía lo mismo fuera realizada en un taxi impecable o en uno destartalado. Un sector intervenido por el Estado que lo único que hacía era perjudicar al usuario e impedía permiar a quien daba un buen servicio.

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