HOTEL DEL UNIVERSO

Oxitocina

«Los investigadores son individuos a quienes no les basta con comprobar que sentimos inclinaciones hacia ciertos asuntos»

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Me encanta que los científicos nos den la razón a los analfabetos, después de pasarse los años en el laboratorio para llegar a conclusiones empíricas de lo que ya sabíamos mediante la poco científica intuición. Los investigadores son individuos a quienes no les basta con comprobar que sentimos inclinaciones hacia ciertos asuntos: necesitan decirnos que durante esas inclinaciones hacia ciertos asuntos se produce un chispazo neuronal concreto en el hipotálamo. Eso está muy bien, y me parece estupendo que los descubrimientos sobre el hipotálamo acaben publicados en la revista Scientific American.

Hasta la fecha, yo siempre había visto a los perros muy alegres, cuando se acercaban a sus amos, y a los amos muy alegres, cuando se acercaban a sus perros.

Los perros, por lo general, mueven el rabo, ladran en señal de satisfacción, se ponen a correr como perros locos, babean y lamen las manos, y los pies, e incluso la boca de sus dueños. Y los dueños, por lo común, están encantados con esas muestras de afecto, y hablan a sus perritos como si fuesen bebés, y les lanzan una pelota de tenis para que la devuelvan, y, cuando han devuelto la pelota de tenis, les dan una estupenda galleta para perros Puppy Snack, con muchos núcleotidos y mucho Omega 3, ideal para el desarrollo de las mascotas. Así es como funciona, poco más o menos, el intercambio emocional entre los perros y los hombres.

Según parece, este idilio ancestral tiene una razón científica: y está en el hipotálamo, donde está casi todo lo que importa en relación con los idilios, sean ancestrales o no. Los perros y los hombres, cuando se miran con recíproca ternura, segregan desde el hipotálamo la hormona llamada Oxitocina, la hormona del amor, la hormona que nos pone tontos, neurotransmisora de gustirrinines y simpatías. Un científico japonés ha tenido a un buen puñado de amos y perros mirándose a los ojos como enamorados, y después los ha puesto a mear. Su orina estaba tan cargada de oxitocina que se hubiese podido exportar por el mundo el excedente, fundando una ONG de ayuda hormonal a los hombres y animales oxitocínicamente desfavorecidos. Satisfacciones como esta son las que nos brinda el trabajo de laboratorio.

Tengo la certeza de que soy un español muy neurosecretor de oxitocina, por decirlo de una manera precisa y a la vez contundente. Me gustan tanto tantas cosas que me debo de pasar el día generándome cortocircuitos en el hipotálamo. No quiero ni imaginar cómo deben de estar mis micciones, desde el punto de vista afectivo: hiperhormonadas. A menudo tengo ganas de ladrar como manifestación de mi alegría, y ahora no me extraña lo más mínimo.

De pequeño, mi madre me hacía mear en un frasco de análisis, y metía después en él un cartón farmacéutico, para ver si tenía acetona. Cuando se volvía morado, el niño tenía acetona. Si hoy viviese mi madre, haría lo mismo, para controlarme el índice de adhesión hacia la realidad. Yo, obediente, mearía en el frasco. El cartoncito se pondría morado nazareno, por superabundancia de oxitocina. Mi madre me daría un beso y me diría: Carlitos, estás hecho un toro.

Ver los comentarios