la sombra de mis pasos

El órgano de la sensibilidad

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En las tardes de otoño breves florecen las buenas noticias. Castilla y León ha sido galardonada por la Organización Nacional de Trasplantes como región que más ha incrementado su tasa de donación de órganos durante el último quinquenio. De nuevo estío entre un octubre febril y súbito. Idealizado junio, vuelven a erguirse por las terrazas sombrillas arriadas y el ánimo menguante de la sociedad.

Con este fenómeno en alza de la sobreinformación, se teje en ocasiones una apretada bruma de noticias negativas, sin dejar apenas espacio para apreciar que aún hay lugar para la esperanza y los gestos nobles. No se me ocurre mejor forma de retirarse de esta vida, llegado el momento, que haciendo el favor de donar a pechos cansados, corazones generosos capaces todavía de cumplir la tarea encomendada de latir.

A fin de cuentas, un corazón es mucho más que la carne y la sangre que lo impulsan. Es un soplo de humanidad acompasado y rítmico. ¡Qué poco nos costaría, después de muertos, que otros disfrutaran de algo más de vida! Por qué, ¿de que valen los órganos en un cuerpo frío y yerto que solo espera ser polvo?

Con las crisis, en este país hemos visto actitudes estoicas que sacan a relucir lo mejor de sus habitantes. Bancos de Alimentos que triplican esfuerzos y Cáritas, desbordada ante tanta necesidad… Muchas son las asociaciones sin ánimo de lucro y los voluntarios, muchos los esfuerzos para fortalecer el órgano de la sensibilidad social. Pero pese a todo, dependen únicamente de nosotros gestos tan finos como solicitar tarjeta para convertirnos en donante de órganos.

En los versos del Nobel español Camilo José Cela, cuando hace escasos días se cumplía el veinticinco aniversario de la concesión: «Que se los den a cualquiera / si hay un paciente que espera… / Si ya no puedo respirar / que otro lo haga por mí».

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