tierra baja

Las listas

Creen que el partido es suyo y, entre unos cuantos amiguetes, se reparten el pastel. Les importa más hacer «doblete» que la eficiencia en su trabajo

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Uno de los males crónicos que sufren en España los partidos políticos es, sin duda, la elaboración de las listas electorales. El cierre de tales listas se transforma en una guerra soterrada entre compañeros de partido que comienza a gestarse ya en el último tramo de la legislatura. Cunde, al aproximarse la hora, un contagioso nerviosismo entre los que están, y quieren seguir ocupando cargos públicos, y los que, legítimamente, quieren llegar a estar. No se respeta nada ni a nadie. Salen a relucir las afiladas navajas y todo tipo de armas destructivas. Me refiero fundamentalmente a la lucha por los primeros puestos, a los que tienen posibilidades reales de salir elegidos.

Esta lucha, de manera prioritaria en las elecciones autonómicas y locales, se evidencia en todas las formaciones políticas y circunscripciones electorales.

Una de las razones de tan insólito comportamiento –desconocido en el resto de Europa- es que miles de concejales y consejeros de distintas instituciones viven del sueldo que cobran del erario público, y si no fuesen reelegidos quedarían en la calle. Así de simple y así de cierto. Y sucede porque infinidad de cargos electos nunca han prestado ningún servicio efectivo y real a la sociedad. Desconocen lo que es una nómina y pagar a la seguridad social. No han tenido en su vida mas oficio, o beneficio, que haber pertenecido, la mayoría de ellos desde muy jóvenes, a la militancia de los respectivos partidos. Y claro está, como tienen que vivir, quieren seguir repitiendo elección tras elección y, con ello, desprestigian la función pública y provocan el alejamiento y aborrecimiento de la ciudadanía. Otra de las razones es que en España el Partido Popular, contrariamente a lo ha pasado en Francia e Italia, no se ha atrevido a llevar a cabo una drástica reforma de la administración que llevaba en su programa electoral y que, entre otras cosas, suprimiría miles de Ayuntamientos prácticamente inoperantes.

Dentro de esta guerra fratricida no suelen estar, o participar, los cabezas de listas de parlamentos y ciudades importantes quienes, con o sin primarias, son designados a dedo por el que manda más en la comunidad autónoma o a nivel nacional. Su guerra es otra y consiste normalmente, a través de toda la legislatura, y aparte de la natural adulación al jefe, en el silencio y la sumisión al poder establecido, sin ejercer crítica alguna en los diferentes órganos del partido o fuera de ellos. Esta actitud suele premiarse muy bien a la hora de confeccionar, otra vez, las diferentes listas electorales. Recuerdo muy bien lo que me decía, allá por los años ochenta, el secretario general del Partido Popular, entonces Francisco Alvarez Cascos, “mira, Angel, a todos los diputados y senadores del PP los tengo en un puño durante todo el mandato legislativo, ¿sabes por qué?, pues porque al final hago yo las listas”.

Pero los cabezas de listas, y también algunos de los que le siguen a continuación, no suelen conformarse muchas veces con figurar en una sola lista sino que quieren garantizarse un puesto seguro, o mejor dicho “un sueldo”, y así vemos como aparecen sus nombres en dos listas electorales, y claramente en puestos de salida. No tienen vergüenza. Creen que el partido es suyo y, entre unos cuantos amiguetes, se reparten el pastel. Les importa más hacer “doblete” que la eficiencia en su trabajo. Yo desde luego no votaré a nadie, al margen del partido que fuere, cuyo nombre apareciera en dos listas.

En fin, todo esto viene a cuento del momento pre-electoral que estamos viviendo. En Canarias los partidos de más peso electoral (CC, PP y PSOE), al no existir listas abiertas, incurren indefectiblemente en estos y otros muchos errores. Vemos así que en todos ellos se avivan y suceden también las guerras intestinas, los cabezas de listas son casi siempre los mismos y muchos candidatos aparecen en dos o más papeletas electorales a distintas instituciones. Pienso también que el electorado demanda ya una renovación, no solo de ideas y programas, sino también de caras y protagonistas.

La conclusión a lo expuesto no puede ser otra que la imperiosa necesidad de cambiar la ley electoral y de partidos, dando paso a las listas abiertas y la obligatoriedad de elección de candidatos a través de una democracia real y participativa de la base de los distintos partidos. El sistema actual, basado en el insolidario egoísmo de los que mandan, resulta ya inadmisible y no deja de ser una burla a los ciudadanos.

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