CONFIESO QUE HE PENSADO

Nuestro Cacareco

El resultado supuso una contundente humillación para la clase dirigente

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HUBO una vez un candidato que logró una aplastante victoria electoral sin haber realizado una sola promesa ni haber pronunciado una sola palabra, sin haber siquiera sonreído. Ocurrió en 1959, cuando un movimiento popular de protesta contra la corrupción de los partidos que optaban a gobernar en el estado brasileño de Sao Paulo desembocó en una curiosa iniciativa: la presentación como candidato de un rinoceronte de cinco años, de nombre Cacareco, que vivía en el zoológico paulista. El hartazgo de la población, unido a la distribución de cientos de miles de papeletas con su nombre por parte de un grupo de estudiantes, permitió que un animal se alzara como triunfador en unas elecciones por vez primera en la historia.

El resultado supuso una contundente humillación para la clase dirigente, que no fue ajena a tan importante toque de atención y tuvo que repetir los comicios una semana más tarde.

Pero no es el único caso que nos brindan los anales de la democracia. A Cacareco se sumaron posteriormente otros exitosos inquilinos del Arca de Noé en distintas partes del mundo, tales fueron los casos del perro Bosco, que en 1981 se convirtió en alcalde honorario de la localidad californiana de Sunol tras derrotar en las urnas a dos candidatos humanos; el chimpancé Tiao, que se calcula que logró unos 400.000 votos en 1988 en su carrera hacia la alcaldía de Río de Janeiro, o el pavo Dustin (en este caso un muñeco), que en 1997 obtuvo un importante apoyo electoral en las elecciones a la presidencia de Irlanda (aunque no existe recuento oficial de sus papeletas, se calcula que quedó en quinta posición).

Tanto en los casos citados como en otros que se han registrado a lo largo de las últimas décadas –los hay que tienen su origen en una simple gracieta o en una campaña publicitaria–, la motivación de los promotores y el posterior apoyo de los votantes encuentra su origen en la insatisfacción ante las opciones electorales que se les presentaban. Obviamente, los ciudadanos de Sao Paulo no pretendían que sus hospitales o su sistema de transporte fuesen gestionados por un rinoceronte, ni quienes apoyaron al bueno de Dustin que las grandes decisiones las adoptara un pavo, pero con su voto emitieron un claro y contundente mensaje a quienes sí iban a gobernar.

En el caso de España en general, de Canarias en particular, a nadie se le ha ocurrido hacer frente a la evidente decepción que provocan los partidos políticos mediante la promoción electoral de un gato, un perro o un cerdo, pero tampoco ha hecho falta, porque a estas alturas tanto las encuestas como los últimos comicios regionales han evidenciado la aparición de nuestro particular cacareco.

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