confieso que he pensado

Chaquetas

Estas camaleónicas actitudes revelan la total ausencia de un corpus ideológico serio y consolidado por parte de sus protagonistas

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El ser humano evoluciona a lo largo de su vida y, por ende, la forma en la que ve el mundo y su ideología tienden a variar. La acumulación de experiencias provoca en la mayoría de las personas la reconsideración de ciertos aspectos de la realidad que antaño consideraban inamovibles. Por ello, cambiar, reinventarse —palabra que está muy de moda—, forma parte intrínseca del ser humano. Pero no caigamos en el error de confundir evolución ideológica con mercadeo ideológico, es decir, con ofrecerse al mejor postor en una práctica que busca bien la supervivencia financiera, bien la satisfacción de toda suerte de veleidades personales. Incluido el saboreo de todo aquello que tiene que ver con las mieles del poder y la notoriedad pública.

El socialista Casimiro Curbelo con su irreductible apego al cargo y la fundación de un partido creado por y para sus necesidades; el popular José Miguel Bravo de Laguna con su autosubasta política y la creación de una formación que concurra a las próximas elecciones; el nacionalista —de eso, al menos, presumía— Fernando Ríos con su intención de optar a formar parte de la candidatura de Podemos, son tres claros ejemplos de hasta qué extremo la política ha dejado de ser lo que debería ser.

Porque a estas alturas, ¿albergamos alguna duda de que si el PSOE hubiese aceptado mantener a Curbelo en sus listas, si Bravo de Laguna hubiera repetido como candidato a la presidencia del Cabildo grancanario por el PP, si Fernando Ríos aspirase a acompañar a Paulino Rivero cuatro años más como flamante asesor presidencial, ninguno de ellos hubiera emprendido las aventuras en las que ahora se hallan embarcados?

El cambio de chaqueta, en alguno de los casos por una de un color y diseño totalmente opuesto, dista en estos tres ejemplos de ser producto de la maduración ideológica, reflejando, por contra, una concepción de la política como una forma de servirse a uno mismo, una manera de proceder que, paradójicamente, supone la negación de la esencia misma de la política.

Estas camaleónicas actitudes revelan la total ausencia de un corpus ideológico serio y consolidado por parte de sus protagonistas, pero también la falta de madurez de una sociedad que en tantas ocasiones ha asistido a esta clase de prácticas sin apenas inmutarse. Y también las vergüenzas de formaciones políticas de diferente signo que han acogido en su seno a todo tipo de mercenarios a sabiendas de cuáles eras las intenciones que les movían. En ocasiones, incluso, animándolos y hasta promoviendo tales cambios.

La ideología, los principios, parecen cosa del pasado, incluso cosa de tontos si por tonto se entiende a quien no logra sacar tajada. Y eso es un mal síntoma, una pésima evidencia de que vivimos en una sociedad sin ideas que probablemente se dirija hacia ninguna parte.

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