Un momento de la representación
Un momento de la representación - abc
crítica

«El Intérprete» se lleva de calle al público del Teatro Cuyás

En esta obra, la complicidad no se gana poco a poco, sino que viene impuesta desde el principio, y a los espectadores se les dicta lo que han de hacer más allá de la mera invitación

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Sí, Asier, el tango de ’20 años no es nada’ es, en efecto, el tango de nuestros abuelos. ¡Touchée! También lo era del mío. No cabe duda de que parte del éxito de este show es la acertada y variada selección de canciones que acompañan el relato de la infancia de Asier, desde Carlos Gardel o Chavela Vargas a Lou Reed o David Bowie, pasando lo mismo por los Rolling Stones que por La Lupe (estupenda la versión de ‘Puro Teatro’, con la que arranca la función).

La vida siempre tiene una banda sonora propia, repleta de esos temas musicales que atesoran momentos (o quizá sea a la inversa), que ponen letra a lo vivido y que nos devuelven miradas de entonces, de cómo soñábamos cuando aún lo hacíamos.

Y el talento musical de Asier Etxeandía es incuestionable, se mueve con instinto y hace lo que quiere tanto con su voz como con su cuerpo. Es un animal escénico que domina por igual las tablas que al público, en todo momento.

Desde el primer minuto ya sabe cómo va a llevárselo de calle, porque en ‘El intérprete’ la complicidad no se gana poco a poco, sino que viene impuesta desde el principio, y a los espectadores se les dicta lo que han de hacer más allá de la mera invitación. Pero, ¡ojo!, son ellos los que se prestan gustosos y así el show está, en realidad, ordenadamente pautado por ambas partes. La fórmula es perfecta y la gente se entrega, sin más, a la fiesta…Y por qué iba a ser de otra manera, el entusiasmo es contagioso y el espectáculo es realmente bueno, con las dosis justas de crítica a la sociedad que lo contempla, y con el equilibrio exacto entre diversión y provocación. Además, el directo de los tres músicos que acompañan a Etxeandía sobre el escenario es sobresaliente.

El teatro Cuyás abrió sus puertas al cabaret, claramente, pues ‘El intérprete’ como show está en la línea del cabaret y no en la de la performance, aunque en su programa de mano nos hable de hallar un lugar a medio camino entre ambas manifestaciones artísticas. Qué más da, el arte de la mentira es mentir con arte, y poco importa cómo se le denomine. Asier ha ideado la manera más atractiva de contarnos lo singular de su niñez haciendo lo que más le gusta, cantar. Y lo hace genial.

La idea es original, pero la puesta en escena no es novedosa. Recordemos el nombre de otro showman que apostó por el estilo del cabaret lo mismo para cantar que para contar historias y por cierto, también vasco. Igualmente, se pintaba los ojos y usaba guantes de piel negros, los mismos tirantes, el traje con chaleco o chistera si era el caso, y modulaba su voz como nadie hasta rayar en la interpretación de un actor que canta… Javier Gurruchaga ya lo hizo, tanto con la Orquesta Mondragón en concierto como en un plató de televisión para ‘La cuarta parte’ o ‘Viaje con nosotros’.

Y es que, al final, la vida es tan cíclica como sonora, una verdadera espiral donde la reminiscencia hace el mismo acto de presencia que las viejas canciones. Y sí, Asier, Dios existe, lo mismo más allá de la Iglesia y sus miserias que más allá de una sala de teatro y las suyas propias, más allá de la mirada de unos ojos maquillados que de aquellos otros que no lo precisan. Fue el precursor del verdadero estilo libre. Y aunque tanto ‘El intérprete’ en clave de propuesta escénica como el talento de Asier Etxeandía son fantásticos, me gustaría un público verdaderamente libre, que bebiera tequila al gusto, de su petaca si es que la llevan, e hiciera fotos a voluntad, para el twitter o no.

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