babilonia en guagua

Constitución, destitución e imputación

Entre ese enfermo y los que celebrarán ese día con traje de raya diplomática, se sitúa una masa social que baila al socaire del bucio de turno

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En estos días de diciembre, comienza la cuenta atrás para finiquitar un año que, si algo nos ha dejado, es la capacidad de reconocer que vivimos en una realidad bipolar. O tripolar llegado el caso. Pero no sólo eso, sino que además hemos demostrado que somos capaces de atravesarla a diario -y sin despeinarnos- para defender posiciones antagónicas con sólo el soplar del viento. Y eso tiene su mérito. O eso dicen.

Después de siete años de crisis ética; haber tensado la cuerda social hasta límites inexplorados; vacilarse en la cara del personal con imputaciones, desimputaciones y amputaciones o de advenimientos varios de mesías al albur de este caldo de cultivo, sinceramente se comprende -aunque no se justifica- este charco de meados y de confusión a partes iguales.

Se celebra el Día de la Constitución del 78, y parece que muchos desde esa fecha sólo han vivido de las rentas. De los cambios de opinión para medrar y sacar la mejor tajada posible. De enarbolar banderas según el rédito que pudiesen obtener a cambio de inflamar los sentimientos ajenos. Y de ser líderes de una corriente de opinión que luego no tendrán el remordimiento de invertir.

Y mientras, el texto constitucional sigue mirándonos con cara de tonto. Con la cara de quien no puede entender este camino de servidumbre al mejor postor y de esas infidelidades éticas cuando las vacas no eran flacas. Con la palidez en el rostro del enfermo que intuye que su final está cerca y que, ni abriendo las ventanas, podrá entrar el suficiente aire que aleje el olor a putrefacción que asciende desde las cloacas de la democracia.

Y entre ese enfermo y los que celebrarán ese día con traje de raya diplomática, se sitúa una masa social que baila al socaire del bucio de turno. Tan saturada de noticias que reacciona ante cualquier eructo sin análisis crítico y con las esperanzas puestas en cualquiera que recite las palabras más utópicas en el minuto adecuado. Ya en el siguiente cuarto de hora se verá.

Y ese es el mayor de los males de nuestra sociedad, esperar a nuestro Jesucristo particular, a alguien que sea tan maravilloso que le entreguemos todo para que nos permita seguir viviendo en una ensoñación. Cederle desesperadamente nuestra responsabilidad para ganar una falsa seguridad, aunque eso suponga bailar al son de su tambor.

Celebremos los valores de la democracia que permiten, entre otras cosas, que esta guagua salga puntual a su cita y que el lector pueda elegirla -o no- para realizar su trayecto. Libertad también para usar este papel en la ardua tarea de recoger las deyecciones de su mascota.

Todo suma en democracia, la diversidad es la luz que nos permite tener una realidad plural, y la que nos conduce a mayores cuotas de progreso humano. Vale la pena seguir intentándolo.

Buenos días, y por si no volvemos a vernos: Buenos días, buenas tardes y buenas noches.

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