COnfieso que he pensado

Loli

Sus hijos, Mónica, Míriam, Conchi y Víctor, probablemente estén haciendo más por la sanidad canaria que lo que han hecho los sucesivos gobiernos

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Alguna vez tenía que ocurrir. En alguna ocasión alguien, en este caso una familia entera, iba a decir basta y arremeter contra quien tuviera que arremeter. David contra Goliath, pero la fuerza de la razón es mucha fuerza cuando se le suma el dolor de la pérdida.

Con el cuerpo de Loli aún en la sala de autopsias, sus cuatro hijos decidieron poner en marcha una cruzada que buscara, en primer lugar, una explicación razonable –si es que es posible hallarla en ese secarral intelectual en el que se ha convertido la administración canaria– al hecho de que su madre pasase tres días en un pasillo del Hospital Universitario de Canarias en condiciones infrahumanas, situación que se tornó en la antesala de su fallecimiento como consecuencia de una operación de cadera; en segundo lugar, que el repentino e inesperado adiós de Loli sirva para algo.

Porque antes que Loli ha habido otras Lolis cuyas familias, abatidas por el dolor, prefirieron asumir la desgracia, pasar capítulo y hacer de tripas corazón, una actitud tan humana como comprensible, pero injusta con quien se ha ido y, sobre todo, con las Lolis que posiblemente abarrotan en estos momentos ese mismo pasillo, u otros, de los centros sanitarios de las islas. Y con las Lolis que vendrán si no se hace nada que lo remedie.

Quien no llora no mama, reza el malsonante, aunque clarividente, dicho popular, y el llanto de Mónica, Míriam, Conchi y Víctor, los cuatro retoños cuyas lágrimas contenidas circulan desde hace días por los medios de comunicación del archipiélago, es el llanto de todas aquellas familias de las islas que han sido víctimas de los amiguismos, la impericia y la desidia que ha afectado y afecta a la sanidad canaria, acaso uno de los más evidentes ejemplos del fracaso de la Comunidad autónoma como ente político y administrativo.

Ahora, de lo que se trata, es de que ese cúmulo de indecencias no se sigan produciendo, que el dinero de todos no se dedique a frivolidades tales como unos medios de comunicación públicos absolutamente manipulados o una prescindible policía autonómica, que lo poco con lo que contamos se destine a financiar lo que de verdad necesitamos, lo que nos convierte en seres dignos, en ciudadanos con mayúsculas en lugar de borregos que se conforman con la basura que les sirven en un plato hediondo.

Los hijos de Loli probablemente estén haciendo más por la sanidad canaria que lo que han hecho los sucesivos gobiernos que se han situado al frente del archipiélago, porque las cosas de todos son las cosas de todos, y dejarlas en manos de cualquiera se ha demostrado que no es una buena opción.

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