HORIZONTE

Tibio balance de tres años

La huella de los éxitos es efímera, mientras que los fracasos dejan una marca indeleble en quien los encarna

RAMÓN PÉREZ-MAURA
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HACE bien el presidente del Gobierno en reivindicar el cambio del panorama económico producido en los tres primeros años de su Gobierno. El flagrante incumplimiento del programa electoral en materia de impuestos se puede justificar porque, se mire como se quiera, España en 2011 era un país al borde de la quiebra y en 2014 es presentado como un ejemplo ante los integrantes del G-20. Es decir, se hizo lo que era necesario hacer anteponiendo el interés general sobre las promesas electorales.

La duda es si tres años después y a poco más de un año de las próximas elecciones generales el presidente Rajoy puede permitirse seguir blasonando de esos resultados como cebo para atraer el voto de la mayoría de los españoles.

Vivimos en una sociedad de la inmediatez, poco dada a la reflexión, en la que un éxito se digiere muy rápido y sirve para abrir el apetito a la búsqueda de nuevas satisfacciones. Si el Gobierno no hubiese logrado el triunfo de evitar la intervención de España el fracaso provocado por los gestores que precedieron a Rajoy habría arrasado al Gobierno del Partido Popular. Porque la huella de los éxitos es efímera, mientras que los fracasos dejan una marca indeleble en quien los encarna.

Hecho lo más difícil, tampoco hay tantas razones para la satisfacción. Desconcierta el afán de los líderes de la derecha española por prestar su oído a un Savonarola que predica contra las ideas que sustentan el partido y defiende gobernar a golpe de encuestas, intentando intuir hacia dónde sopla el viento, para correr con el portante. Es un empeño riesgoso. Y la mejor prueba de ello la tiene hoy Mariano Rajoy con el panorama que le rodea. Después del verano ha tenido dos grandes crisis políticas. En el caso de la de Cataluña, Artur Mas, que no logró su verdadero objetivo, ha logrado presentarse ante los suyos como el ganador. Eso es falso, ciertamente, pero las falsedades no son incompatibles con los sentimientos. Y el nacionalismo es una cuestión de sentimientos, no de raciocinios. Y el otro caso es el de la abortada ley del aborto. Hoy se manifestarán muchos españoles del Partido Popular movilizados por el rechazo del incumplimiento de la promesa electoral de aquel. Un giro que se ha dado para buscar "consensos", cuando Zapatero sacó adelante su ley sin buscar acuerdo ninguno. Lo que quiere decir que siempre gana el que no quiere acuerdos e impone su voluntad. Y lo que es peor, la absoluta incongruencia de que el Partido Popular haya planteado un recurso de inconstitucionalidad a la ley de Zapatero que reconoce el aborto como un derecho y ahora no se quiera cambiar aquello que se ha recurrido ante el supremo intérprete de la Carta Magna. Lo menos que cabe pedir es un poco de congruencia con los propios actos.

En estos tres años Rajoy ha tenido un gran éxito en su política exterior: España vuelve al Consejo de Seguridad el próximo 1 de enero. La campaña de García-Margallo ha sido un gran éxito. Pero al mismo tiempo ha abandonado su posición tradicional en Cuba, donde ya no parecemos tan interesados en defender a las víctimas de la dictadura, y en Oriente Medio, donde España da pasos hacia el reconocimiento del Estado Palestino gobernado por un grupo terrorista hermano del que recluta yihadistas en España. Y aquí ¿por qué no se aplica el pragmatismo de nuestro Savonarola? ¿Esperan ganar los votos de los amigos de Castro en España? ¿Creen que los simpatizantes de Hamás en España podrían llegar a sufragar por el PP?

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