El tsunami de 2004 dibujó un paisaje de absoluta destrucción en casi todas las costas del Índico. :: ZIGOR ALDAMA
MUNDO

Ecos del tsunami

Han pasado cinco años desde que la ola gigante azotó el Índico. La tragedia podría repetirse con igual destrucción

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Las placas tectónicas rozan, se solapan o chocan. Lo hacen a kilómetros de profundidad, en las entrañas de la Tierra. La onda sísmica se propaga a una velocidad de cuatro kilómetros por segundo, trece veces la del sonido. Así, pasan pocos segundos hasta que los sismógrafos se disparan, dibujando una espectacular cordillera allí donde había una línea recta. Cunde el temor y acecha la tragedia. Si el movimiento telúrico se da bajo tierra firme, hay poco que hacer. Sólo es posible mitigar la devastación de un terremoto con edificios sólidos y un minucioso trabajo de prevención. Pero si el temblor se produce bajo el lecho marino, las terribles consecuencias pueden evitarse casi por completo. En teoría.

Algunos maremotos, sobre todo aquellos en los que una placa se introduce bajo otra provocando un súbito desnivel, desencadenan tsunamis como el que hoy hace un lustro barrió la costa de una docena de países del océano Índico. La peor catástrofe natural que se recuerda fue provocada por un seísmo de fuerza 9,15 y dejó más de 226.000 muertos esparcidos por las islas occidentales de Indonesia y en los territorios de Sri Lanka, India, Tailandia, Malasia, Myanmar y Maldivas, entre otros. La ola provocó una destrucción sin precedentes. 1,8 millones de personas fueron desplazadas de sus lugares de origen y cientos de pueblos desaparecieron del mapa. Afortunadamente, la mayor operación de ayuda humanitaria de la historia ha surtido efecto y casi toda la población afectada cuenta ya con una vivienda sólida sobre sus cabezas.

No obstante, el trabajo para prevenir un tsunami de trágicas consecuencias no ha terminado. En estos momentos, una catástrofe como la de hace cinco años podría repetirse. Todavía no existe un sistema de alerta temprana fiable y rápido en el Índico. Y eso que a principios de 2005 ya se prometió que la zona contaría con una red como la que protege el Pacífico, que tiene su centro neurálgico en Hawai y del que dependen la seguridad de Japón y EE UU.

Demasiada velocidad

Sin embargo, ni siquiera el Centro del Pacífico fue capaz de evitar la tragedia de principios de octubre en Samoa. Y eso que funcionó a la perfección. El tsunami viaja a una velocidad que oscila entre 500 y 1.000 kilómetros por hora, demasiado como para conseguir que la alarma llegue a la población si el epicentro del maremoto está situado cerca de la costa. En el caso de Samoa, éste se ubicó a 200 kilómetros, una distancia que la ola gigante puede recorrer en sólo 15 o 20 segundos. El sonido de las sirenas retumbó ya entre los escombros. Pero el aviso sí que llegó a tiempo a Japón y a otras partes de la Micronesia. Claro que, para entonces, la gigantesca muralla de agua había encogido hasta una inofensiva ola de 50 centímetros.

En el caso de que se repitiera un maremoto idéntico al de hace cinco años, el tsunami arribaría a Sumatra en un máximo de cinco minutos. El nuevo centro sismológico del Índico registraría el movimiento telúrico al cabo de pocos segundos y se mantendría alerta; mientras tanto, el sensor situado en el fondo marino enviaría cada quince segundos información sobre la presión del agua; las boyas que conforman el sistema de alerta rebotarían esas señales sobre los cambios en el nivel del mar vía satélite y el centro emitiría finalmente una alerta. Si todo funciona correctamente, ese aviso puede darse en un minuto ¿Es tiempo suficiente para salvar a la población? «Quizá no para aquellos situados en el primer frente, pero sí en países más alejados del epicentro», explica Agron Dragaj, director de Aanur en Jaffna, Sri Lanka.

Furia del mar

La furia del mar tardaría entre quince y veinte minutos en alcanzar las playas de Tailandia y de la antigua Ceilán, y algo más en impactar contra India. Pero, «el problema es cómo trasladar esa alarma que surge de un ordenador a quienes viven en cabañas sin electricidad y conseguir que se desplacen a una zona segura», comenta Dragaj. «Y hacerlo en diez minutos como máximo, claro».

El 14 de octubre, el Sistema de Alerta Temprana del Índico, que ha costado 150 millones de euros, llevó a cabo el primer simulacro de tsunami en el que participaron los veinticinco países que se benefician del proyecto. Todo funcionó correctamente y los organismos que forman parte de la cadena se comportaron de forma satisfactoria: en Sumatra sonaron las sirenas y las mezquitas lanzaron mensajes de alarma, Tailandia activó la 'fase dos' que precede a la evacuación y Sri Lanka evacuó a un millar de personas. Eso sí, todos estaban sobre aviso del simulacro y, en el caso de la antigua Ceilán, el proceso llevó casi una hora. Miles de personas habrían muerto. Otra vez.

Tailandia es el país mejor preparado. En la seguridad se juega los miles de millones de euros que genera el turismo. Hasta el 14% del PIB. Aliciente más que suficiente para convertirse en pionera del sistema de alerta temprana. En los núcleos del 'sol y playa' de Khao Lak, Phuket y Ko Phi Phi, junto a los reconstruidos hoteles de cinco estrellas, ya lucen imponentes torres tocadas con gigantescos megáfonos. «No estamos seguros de hasta qué punto resulta efectivo, pero proporciona la sensación de seguridad para nuestros clientes», asegura el gerente de una importante cadena hotelera internacional. «La mayoría de habitantes, además, tiene registrados sus números de teléfono móvil para que sean avisados».

Desafortunadamente, gran parte de los países que baña el Índico no cuentan con las infraestructuras necesarias y el móvil es un lujo al alcance de unos pocos. Al Pánico, director del proyecto de reconstrucción de la Cruz Roja tiene claro qué hay que hacer para evitar que las catástrofes se ceben siempre en los más desfavorecidos: «Es prioritario que aprendamos de la tragedia del tsunami, pongamos en marcha políticas serias, y se conecte el sistema de alerta temprana a las comunidades más vulnerables».