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El vicepresidente de EE.UU., Mike Pence, a su llegada a Corea del Sur - AFP

Pence previene a Kim Jong-un de un ataque como en Siria y Afganistán

El vicepresidente de EE.UU. visita Corea del Sur para frenar las aspiraciones nucleares de Pyongyang

Corresponsal en Pekín Actualizado: Guardar
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A principios de los años 50, un soldado estadounidense llamado Edward Pence luchaba en el Paralelo 38 durante la Guerra de Corea. Casi siete décadas después, su hijo, Mike Pence, volvió este lunes a ese mismo lugar convertido en vicepresidente de su país y en plena crisis nuclear con Corea del Norte. Como si el tiempo no hubiera transcurrido, esta última escalada militar con el régimen comunista de Pyongyang demuestra que la Península Coreana sigue atrapada en el bucle de la Guerra Fría que su contienda abrió cuando el padre de Mike Pence era joven, pero que todavía no ha cerrado.

Demasiado tiempo para un foco de tensión constante por parte de un régimen anacrónico que, para perpetuarse en el poder, aspira a dotarse de bombas nucleares mientras su pueblo malvive en la miseria bajo uno de los sistemas más represivos del planeta.

Demasiado tiempo que ha acabado con la paciencia de la Casa Blanca, como repitió el popio Pence antes de lanzar una seria amenaza al joven dictador Kim Jong-un.

"En las dos últimas semanas, el mundo ha sido testigo de la fuerza y resolución de nuestro nuevo presidente con las acciones en Siria y Afganistán. Corea del Norte haría bien no probar su respuesta o el poder de las fuerzas armadas de EE.UU. en esta región", advirtió en una comparecencia con el presidente en funciones surcoreano, Hwang Kyo-ahn, según informa la agencia de noticias Yonhap.

La lluvia de 59 misiles Tomahawk sobre una base aérea siria y el ataque con la "madre de todas las bombas" a las cuevas del autodenominado Estado Islámico en Afganistán dan credibilidad a estos avisos. Al menos en estos primeros momentos, la Administración Trump parece decidida a frenar las aspiraciones nucleares de Pyongyang tras un cambio repentino sobre su intervencionismo militar exterior.

"Esperamos conseguir este objetivo mediante medios pacíficos, pero todas las opciones están sobre la mesa", señaló Pence, quien ha empezado en Corea del Sur una gira de diez días por Asia que le lleva este martes a Japón y luego a Indonesia y Australia. Tal y como explicó, "el presidente Trump ha dejado claro que la paciencia de EE.UU. y nuestros aliados en esta región se ha acabado y queremos ver cambios. Queremos que Corea del Norte abandonde su temeraria senda de desarrollo de armas nucleares y su continuo uso y pruebas de misiles balísticos, que son inaceptables".

Desafiando estas advertencias, Kim Jong-un lució el sábado su músculo militar con un gran desfile en Pyongyang y, horas antes de la llegada de Pence a Seúl, disparó el domingo un nuevo misil, que falló al explotar en el aire a los pocos segundos de ser lanzado.

Para impedirle más pruebas nucleares o balísticas, Washington ya ha enviado cerca de aguas norcoreanas un portaaviones y varios buques de guerra con baterías antimisiles. Además, este lunes empezaron unas nuevas maniobras aéreas conjuntas de EE.UU. y Corea del Sur, que se suman a los "juegos de guerra" que ambos países efectúan cada año durante marzo y abril.

Ante esta escalada militar, el ministro ruso de Exteriores, Sergey Lavrov, afirmó que "los lanzamientos de misiles de Corea del Norte son inaceptables porque suponen una violación de las resoluciones de la ONU". Pero también advirtió a EE.UU. que "no puede violar la ley internacional y usar la fuerza militar unilateralmente" porque eso es "un camino arriesgado".

En una visita cargada de simbolismo por el recuerdo de su padre, Pence pudo asomarse a Corea del Norte desde el Paralelo 38, la última división que queda de la Guerra Fría, y visitó a las tropas estadounidenses acantonadas en el cercano Campamento Bonifas. Después, se reunió con el presidente surcoreano en funciones para reafirmarle su alianza frente a las amenazas de Kim Jong-un.

Para demostrarlo, ahí está el escudo antimisiles que EE.UU. está desplegando en Corea del Sur, al que China se opone por considerar que sus radares pueden espiar su territorio y mermar su capacidad militar. Para presionar al Gobierno de Seúl, Pekín le ha declarado una guerra comercial encubierta que está afectando a las empresas surcoreanas.

A pesar de este punto de fricción, China sigue mediando para rebajar la tensión, como reconoció el propio presidente Trump durante el fin de semana en Twitter, su altavoz favorito. Revelando la relación entre ambas políticas, escribió el domingo en dicha red social: "¿Por qué debería etiquetar a China como manipulador de su moneda cuando están trabajando con nosotros en el problema norcoreano? ¡Veremos qué pasa!".

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