CRISIS MIGRATORIA EN EE.UU.

«Nos trataron como animales»

El Paso, la ciudad tejana fronteriza con México, es la zona cero de una política migratoria desbordada. ABC conversa con algunos de los inmigrantes, llegados de Centroamérica, detenidos por la «migra»

Centro para acoger inmigrantes Annunciation House, en El Paso J. A.

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José (nombre ficticio) está de buen humor en un centro de acogida de Annunciation House en El Paso. Después de una odisea desde Guatemala a El Paso , confía en que lo peor ya esté detrás. Salió de su pueblo, en el departamento de Huehuetenango, a mediados de septiembre. Hizo parte del recorrido, acompañado por su hijo, «a jalones», haciendo autoestop por la carretera. Los «coyotes» le metieron en México y «las mafias» mexicanas le llevaron hasta Ciudad Juárez. Antes de cruzar el Río Grande, donde el agua apenas le pasaba la rodilla, l e quitaron todo lo que llevaba : móvil, reloj y 1.500 pesos. Nada más cruzar la frontera, le detuvo la «migra». «Fue inhumano, inmoral, nos trataron como animales». Relata un espacio de unos veinticinco metros cuadrados, donde se amontonaban unas treinta personas. El retrete que compartían estaba a la vista. Ante la falta de espacio, algunos dormían sentados contra la pared, otros con la cabeza apoyada en la taza de wáter. También había familias con niños pequeños. De comer, un burrito, una galleta y agua. «Y mucho frío», recuerda, para el que solo tenían una manta térmica.

Un inmigrante indocumentado detenido en la frontera de Río Grande, con su grillete geolocalizador J. A.

«Vine por la extorsión, me amenazaban con el secuestro», asegura José, con un ojo nublado por las cataratas y la piel agrietada del sol. «Trabajo con el machete», dice este exmaestro de 68 años, que en su pueblo cortaba café, banana o milpa. Ahora, junto a su hijo, lo ha soltado la «migra» y espera un viaje en autobús de varios días hasta Florida, donde un amigo ha pagado por su billete. El grillete geolocalizador que lleva en el tobillo no le impide soñar: «Solo quiere ponerme a trabajar y mandar dinero a mi esposa».

Como José, buena parte de los que hoy cruzan la frontera son centroamericanos. Otro ejemplo es MIljian, una mujer de 38 años que salió hace unos días de Honduras con su hija de tres años . Relata un viaje por México durmiendo noches al raso, caladas por la lluvia. Y el mismo frío, la mala comida y el maltrato con la «migra». «No tengo miedo al racismo», dice ahora desde un motel donde espera a salir de El Paso. «Solo quiero trabajar de lo que sea».

MIljian, en el centro Annunciation House en El Paso

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