Un niño corre por una calle afectada por el terremoto, en Manta
Un niño corre por una calle afectada por el terremoto, en Manta - EFE

Una semana después del seísmo en Ecuador, lágrimas, esperanza e indignación popular

El seísmo ha dejado al descubierto graves deficiencias en el liderazgo político

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Sentado en la pequeña sala de su casa, en un sencillo barrio de Quito, Idelmar, de 23 años, tiene su alma en vilo. Su madre, Gladys, que vive en Portoviejo, sufre de fiebre desde hace dos días. No sabe cómo hacerle llegar antibióticos. Cuando le mandó alimentos, a inicios de la semana, aún estaba bien; incluso, se mostró contenta porque su casa no se destruyó con el terremoto. Pero después todo fue a peor.

«Les quiero traer acá; por lo menos estaremos juntos», dice Idelmar, que hace pocas semanas consiguió trabajo tras tres meses en el paro. En su anterior empleo no le renovaron el contrato «por la crisis del país».

El seísmo ha dejado más de 600 muertos, 12.000 de heridos y pérdidas estimadas en 3.000 millones de dólares

Durante esta semana los ecuatorianos han vivido en vilo. El devastador seísmo del 16 de abril, de 7.8 grados en la escala Richter, arrasó varias ciudades de la costa norte del país, y dejó más de 600 víctimas mortales, más de 12.000 de heridos y pérdidas estimadas en 3.000 millones de dólares.

Las 650 réplicas, una decena de ellas superiores a 6 grados, que se han producido tras el terremoto han tensado el enrarecido ambiente. La vulnerabilidad de Ecuador, ubicado en el «cinturón de fuego» del Pacífico, quedó en evidencia. Pero nadie imaginó, en las primeras horas tras el desastre, las proporciones del cataclismo.

Cientos de edificios se desplomaron matando a decenas de personas al instante. Las carreteras se partieron y aludes de lodo inundaron las calles. Lo que impidió que la asistencia llegara de inmediato, perdiéndose un tiempo muy valioso. Las autoridades tardaron en activar los protocolos de emergencia. Nadie dio la cara. «Hubo un vacío de liderazgo», dice a ABC Fernando Carrión, docente de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).

La esperanza de los rescates

Al amanecer del domingo, las espeluznantes imágenes hicieron llorar al país entero: decenas de personas deambulaban por las calles de Portoviejo, Manta, Pedernales, Canoa, Jama, Bahía de Caraquez y otras poblaciones de Manabí y Esmeraldas, las dos provincias golpeadas por el terremoto, que habían sido devastadas.

La angustia colectiva solo era aplacada por los rescates milagrosos que se sucedieron hora tras hora. En total, fueron recuperadas con vida 160 personas, gracias a la ayuda de expertos nacionales y decenas que llegaron de 20 países amigos, que trabajaron sin descanso.

Pablo Córdova, de 51 años, dirigió su propio rescate. Atrapado bajo cinco pisos del hotel donde trabajaba, en Portoviejo, llamó desde su móvil a su mujer y luego a una amiga. Les dijo que estaba vivo, dónde se encontraba, les alertó de que las retroexcavadoras se acercaban hacia él y pidió que las detuvieran:«Me van a matar».

Una vez en el hospital contó que, para paliar su sed bajo los escombros, como no había nada que beber, usó su orina para mojarse los labios. Fuera de peligro y rodeado de su familia, se encomendó a Dios: «Haz lo que sea tu voluntad».

El coraje de los supervivientes para resistir bajo los escombros es un reflejo de la tenacidad con que afrontan sus propias vidas. «Lo he perdido todo. Quince años de trabajo están bajo ese montón de tierra», dice Amparo, con desesperación. Pero luego se calma y sentencia: «De esta salgo, porque salgo».

para resistir bajo los escombros es un reflejo de la tenacidad con que afrontan sus propias vidas

El terremoto también sacudió la conciencia nacional y dejó aflorar lo mejor de la sociedad: la solidaridad colectiva se activó de manera espontánea. Miles, millones de manos se unieron para reunir víveres y vituallas para enviar a los compatriotas en desgracia. Pero el dolor de la nación se acrecienta cuando se toma conciencia de que los efectos sociales del cataclismo tendrán larga duración, y que la economía ya debilitada antes del terremoto, se achicará aún más.

En la provincia de Manabí había industria pesquera y muchos empleos por el turismo. Hoy no queda nada. Antes del siniestro el FMI preveía una caída del PIB del 4.5% para 2016 y del 4.3% para 2017. Ahora el retroceso será mayor.

Carencias sanitarias

El presidente Correa no admite esas cifras, pero reconoce los problemas. Los imputa a la caída del precio del petróleo que, en 2015, le supuso al país una merma de 7. 000 millones de ingresos. Analistas y opositores achacan a la falta de ahorro en los años de bonanza y al excesivo gasto. En todos los órdenes, el seísmo ha sido un golpe demoledor. Las reclamaciones a las aseguradoras se cifran, hasta ahora, en 850 millones de dólares.

El terremoto sacó a la luz otra dramática realidad: vivir frente al mar, en bucólicas playas, impidió detectar que amplias poblaciones estaban desatendidas, que carecían de toda atención sanitaria. La tragedia ha hecho que el país se reencuentre y propicie la equidad para todos; y que el dolor y las lágrimas muten en esperanza de un trabajo colectivo.

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