Pekín impone su ley en otra jornada de choques en Hong Kong

La escalada de las manifestaciones desata la contundente respuesta de la Policía, que detuvo a una veintena de manifestantes y gaseó el centro de la isla

Decenas de personas se enfrentan a la policía durante una protesta contra la brutalidad policial en Hong Kong (China) EFE
Pablo M. Díez

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Hong Kong se ahogó ayer bajo la lluvia de gases lacrimógenos que lanzó la Policía para dispersar las protestas que revolucionaron la ciudad un fin de semana más, y ya van ocho desde que empezaron las manifestaciones contra la ley de extradición a China. Aunque el Gobierno local la ha suspendido, pero no retirado, la agitación social ha estallado por el miedo que sienten los hongkoneses a que el autoritario régimen de Pekín les recorte sus libertades, mayores que en el resto del país.

Sin tiempo para recuperarse de la batalla campal del sábado en el distrito de Yuen Long, a una hora en tren del centro, ayer había convocadas dos manifestaciones en el corazón de la isla, una de ellas prohibida. Mientras la autorizada, con varios miles de personas, se salía de su lugar previsto, los Jardines de Chater , y cortaba las principales avenidas hasta ocupar la zona comercial de Causeway Bay, la otra se dirigía hacia la Oficina de Enlace del Gobierno central chino, al otro extremo de la ciudad en el Distrito Oeste.

Para que no fuera asediada como la semana anterior, cuando los manifestantes atacaron vandálicamente sus símbolos, la Policía no solo había cubierto su escudo nacional con una carcasa transparente, sino que la custodiaba con antidisturbios. Sin esperar siquiera a que se acercaran, o a que recibieran los refuerzos que ya venían de camino, los agentes dispararon varias rondas de gases lacrimógenos sobre los cientos de manifestantes que ya se habían agrupado, en su mayoría jóvenes y adolescentes.

Así consiguieron hacerlos retroceder fácilmente hasta cerca de la terminal del ferry a Macao, donde el domingo anterior se había librado otra batalla campal. A pesar de sus intentos de hacer frente a la Policía parapetándose bajo sus paraguas, al modo de la « tortuga romana », los jóvenes se fueron retirando en dirección al Distrito Central a medida que los antidisturbios avanzaban gaseándolos. Al mismo tiempo, otro destacamento de agentes se desplegó por una calle paralela para llevar a cabo una maniobra envolvente que cazó a un pequeño grupo de manifestantes.

En medio de escenas de fuerte tensión, los antidisturbios y los comandos de las fuerzas especiales arrestaron una veintena de personas, todos jóvenes. Tal y como pudo comprobar este corresponsal sobre el terreno, los inmovilizaron primero en el suelo para registrarlos mientras algunos trabajadores sociales y diputados locales del bando democrático protestaban a gritos contra la dureza de la Policía. Después los juntaron a todos ante una pared y, sentadas las mujeres y de rodillas los hombres, los interrogaron bajo una nube de periodistas y fotógrafos.

Guerrilla urbana

Tras las detenciones, la batalla siguió por el centro de Hong Kong, hacia donde los antidisturbios empujaron a los miles de jóvenes que, de repente, habían aparecido por todos sitios como si fueran una «guerrilla urbana». Con el uniforme ya reglamentario de la protesta, que consiste en ropa negra, casco, máscara, gafas y paraguas o escudos improvisados con señales de tráfico o placas de plástico, volvieron a demostrar su buena organización. En la trinchera, los «ingenieros» montaban barricadas con vallas metálicas, papeleras y troncos de bambú de los andamios, mientras la retaguardia se encargaba de la logística y la enfermería, repartiendo agua y colirio para combatir la lluvia de gases lacrimógenos que caía sobre ellos. En primera línea, los radicales hacían de «comandos» arrojándole a la Policía adoquines arrancados del suelo, barras de hierro desmontadas del mobiliario urbano, botellas y “bombas” de pintura. Según informó el Gobierno, empujaron un carrito ardiendo contra los agentes, pero este corresponsal también vio a unos manifestantes apagar el fuego que algún violento había prendido en un contenedor.

Lanzando innumerables rondas de gases, los antidisturbios inundaron de humo las estrechas calles del centro de la isla, haciendo irrespirable el aire entre los gritos desesperados de la multitud. «Tenemos que salir a manifestarnos porque lo que está en juego es nuestra libertad y el derecho a expresarnos , por el que debemos luchar», explicaba tras su máscara un muchacho de unos 25 años que, por ser profesor en una guardería, no quería decir ni siquiera su nombre de pila ni un apodo.

Rodeados por la Policía, que disparaba por los cuatro flancos gases lacrimógenos, pelotas de goma y granadas que hacían picar la piel, los jóvenes fueron cercados en torno a las bocas de metro de Sheung Wan para que se marcharan o se dispersaran por las calles aledañas. Con la carga final, la calle quedó desierta en unos minutos y solo quedaron los restos de la batalla: máscaras, gafas, botellas de agua, barricadas desmontadas y paraguas rotos, que los antidisturbios pisoteaban con sus botas.

Desde la devolución por parte del Reino Unido en 1997 hasta la «Revuelta de los Paraguas» en 2014, la Policía de Hong Kong solo había disparado gases lacrimógenos contra los campesinos surcoreanos que se manifestaron en la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2005. Desde que empezaron las protestas el 9 de junio, no ha parado de hacerlo. Dirigidos por dos comandantes de la antigua Policía británica, los antidisturbios se emplearon ayer a fondo, asfixiando a una ciudad que quiere seguir respirando la libertad.

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