Una confesión

No es una fuente anónima, sino una fuente conocida que no se quiere revelar

Hughes .

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La publicación del anónimo contra Trump se ha tratado en España como un problema de deontología periodística, siendo su alcance distinto y muy superior. En primer lugar, porque aunque el modo elegido (un artículo de opinión) sea novedoso, no es tan extraordinario. El «New York Times» no habla de una fuente anónima, sino de una fuente conocida por ellos cuya identidad no se quiere revelar. Siendo así, no existen grandes diferencias entre este caso y la Garganta Profunda del Watergate, otra fuente anónima dentro de la administración.

Lo que tiene este asunto de llamativo es que supone una confesión. «Yo soy la Resistencia». Esto demostraría la existencia de un grupo dentro del entramado institucional que aspira a boicotear la agenda presidencial. Es el Golpe Administrativo, el «Deep State» confirmando su existencia; élites que mantienen una agenda política al margen de lo que votan los electores.

Porque tampoco las «revelaciones» sobre el carácter de Trump aportan nada nuevo. Es un hombre famoso desde hace décadas al que los americanos conocían muy bien cuando le votaron.

Ni sorprende el contenido político del texto: el anónimo recoge muchas de las opiniones de Clinton y el ejemplo humano de McCain como modelo de virtudes oficializado por el establishment contrario a Trump, y hace esto con un reconocible tono de superioridad moral.

La política internacional de Trump y su nacionalismo económico sublevan literalmente a los expertos; no así a sus votantes, que legítimamente escogieron a un presidente dispuesto a asegurar las fronteras, a aplacar el belicismo intervencionista y a renegociar los tratados comerciales cuando fuera necesario. Gustará o no, pero eso fue lo votado y entre esa agenda y su cumplimiento, es decir, entre los ciudadanos y el presidente, se inmiscuye una «resistencia» a la que nadie ha elegido.

Funcionarios desafectos ha habido siempre, pero el texto confirma la existencia de una élite administrativa dispuesta a aplicar su propia agenda. No es un escrito contra Trump, es un escrito contra la voluntad de los votantes.

La consolidación de este comportamiento es una distorsión democrática y resulta una confirmación tan grande de las quejas que motivaron el «drain the swamp» que parece urdida por el propio Trump.

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