Obama durante el anuncio hoy de un nuevo plan para mantener a 5.500 soldados en Afganistán más allá del final de su mandato, que concluye en enero de 2017
Obama durante el anuncio hoy de un nuevo plan para mantener a 5.500 soldados en Afganistán más allá del final de su mandato, que concluye en enero de 2017 - efe
análisis

La realidad exterior se revuelve contra Obama

La constatación de que sigue abierta la guerra contra los talibanes en Afganistán ha obligado al presidente a un cambio de planes

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Irak, Siria y ahora Afganistán. Cuando Barack Obama se acerca a su último año de mandato, la política exterior cumple con su tradición de aguar la fiesta al inquilino de la Casa Blanca, incluso aunque el actual presidente haya preferido esquivarla en sus casi siete años de mandato.

La estrategia política fuera de Estados Unidos ha venido asentando estos años dos modelos: el intervencionista, consistente en llevar la democracia con el uso de la fuerza a países lejanos, que tuvo a su líder en el republicano George W. Bush, particularmente a raíz de los ataques del 11-S, con las consecuentes guerras de Afganistán e Irak; y el aislacionista, desarrollado por el demócrata Obama a partir de enero de 2009, que limita la presencia en materia militar a la intervención mediante un mando a distancia, es decir sólo ataques aéreos, evitando a toda costa las tropas sobre el terreno.

La realidad de un país fatigado, hastiado en gran medida de pagar con sangre de sus soldados y con el enorme impacto de la crisis financiera y el alto endeudamiento ayudaron. Pero no sólo. Detrás también se muestra un planteamiento buenista, teórico y poco pragmático, que prima el diálogo y la búsqueda del acuerdo, incluso a costa de ofrecer la imagen más débil de una Administración norteamericana probablemente desde Carter, como se está comprobando ante la entrada de las tropas de Putin en Siria y ante la fuerte resistencia de los yihadistas de Estado Islámico.

De forma que Obama, que sacó las tropas de Irak, ha venido reduciendo también las de Afganistán, y lo ha hecho desde los 101.000 soldados desplegados en 2011 hasta los 9.800 actuales. Pero la realidad ha frenado los impulsos de un presidente norteamericano que siempre avala su política con el calificativo de «inteligente».

La constatación de que la guerra sigue abierta frente a las fuerzas talibanes, a los que se han sumado (aunque como enemigos) los yihadistas de Estado Islámico convirtiendo el territorio en otro avispero, obliga a un cambio de planes. Más allá de las críticas políticas, siempre interesadas, se abre paso la idea de que la aspiración de Obama, aunque bienintencionada, obedecía más al voluntarismo político que a un análisis ajustado de la realidad. Realidad que a las puertas de 2016 y después de dos mandatos presidenciales, nos deja tres ejemplos de caos: el de Irak, el de Siria y el de Afganistán. Sin conocer quiénes competirán por llegar a la Casa Blanca, sí sabemos que el futuro presidente ya tiene tarea.

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