Un grupo de turistas preparados para abandonar Túnez, en el aeropuerto de la capital
Un grupo de turistas preparados para abandonar Túnez, en el aeropuerto de la capital - afp
atentado en túnez

Los turistas que quedan buscan cómo salir del balneario tunecino de Susa

«Si mostramos miedo, los terroristas ganan», dice el gerente del hotel español donde se cebó la tragedia

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Apenas 24 horas después de la tragedia, Susa, el enclave turístico de Túnez golpeado ayer por la acción asesina de Estado Islámico, trata de recuperar la normalidad. Pero no va a ser fácil. El legado de dolor y pánico de Saifedin Rizgui, el joven yihadista que acabó a tiros con las vidas de 39 personas, en su mayoría turistas, empujaba a todos los foráneos a emprender el regreso a casa.

Hoy, periodistas y visitantes extranjeros recorrían el camino a la inversa. Mientras reporteros de medios de todo el mundo, llegaban a Susa, en las recepciones de los hoteles, los veraneantes ingleses o alemanes hacían cola a la espera de encontrar una manera de salir, tarea engorrosa que habían de realizar además en medio de la tensión: “No hay mucha información; nos dijeron que a las nueve habría alguien aquí para informarnos y no ha venido nadie.

La verdad es que estoy muy asustada”, contaba una jubilada británica alojada en un establecimiento de una cadena española.

A cinco minutos en coche de allí, en la playa aledaña al Hotel Riu Imperial, los testigos de la tragedia de ayer comentaban consternados lo ocurrido. Said se gana la vida haciendo tatuajes de manera ambulante. Bajo la sombrilla de paja seca que le sirve de base, rememoraba lo sucedido. “Escuchamos un ruido como de fuegos artificiales y vimos que de la zona del hotel empezaban a llegar turistas corriendo y gritando. Intentamos ayudarlos. Y luego apareció él. Era un chico muy joven, sin barba, con el pelo largo y rizado. Llevaba una camiseta negra y pantalones cortos. En una mano llevaba una bomba y en la otra el Kalashnikov apoyado sombre el hombro. Salió de la playa y subió a pie por la carretera hasta que la Policía lo abatió de un tiro en la cabeza”. Esta era la dramática reconstrucción de los hechos de este treintañero que hoy recibía, en forma de 50 dinares, el agradecimiento de una mujer británica que volvía al escenario del crimen en busca de la cartera que perdió ayer al huir despavorida del terrorista, y que hoy se encontró con que Said la recuperó y conservó para ella.

Junto a Said, su amigo Hichem dice estar viviendo una pesadilla. “Yo no había visto algo así en mi vida, solo en las películas. Esta noche no he podido dormir pensando en lo ocurrido”. Para Hichem, los militantes de Estado Islámico no son otra cosa que “estúpidos”.

Mientras, junto a la zona de tumbonas del Riu, en alguna de las cuales todavía se apreciaban restos de sangre, alguien había dejado una nota con el mensaje “why?” (Por qué en inglés). Junto a ella, una joven alemana sollozaba por los amigos perdidos en el ataque y, presa de la histeria, pedía a los periodistas que la dejaran en paz. También consternado, pero más entero, Mohamed Bshur, responsable del edificio que explota la cadena española, se afanaba en subrayar que el personal del hotel actuó correctamente y proclamaba que “no tenemos derecho a tener miedo, porque si lo hacemos ellos ganan y no podemos dejarles ganar”. Poco después contaba que en el hotel quedan ya solo cuarenta huéspedes, pero todos están saliendo.

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