El gato de Cameron en la puerta de su residencia en el 10 de Downing Street
El gato de Cameron en la puerta de su residencia en el 10 de Downing Street - efe

Cameron se propone dar un giro más tory a su nuevo Gobierno

Libre del contrapeso de Clegg, desea sacar adelante planes que vetaban los liberales

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Tras 22 horas sin dormir, y se supone que después de una cabezada previa, David Cameron acabó el viernes, el día de su apoteósica e inesperada victoria, con una cena-fiesta en un club privado del elegante Mayfair. Ayer, hacia las diez de la mañana, recibió en el Número 10 de Downing Street a su gurú electoral. Algunos lo llaman «El Mago de Oz». Sus enemigos lo dejan en «El Señor Oscuro». Es Lynton Crosby, un australiano listo como el aire, que ya había ayudado a convertir al por entonces bufonesco Boris Johnson en alcalde de Londres.

Le tocaba dar las gracias a Crosby, que trazó una estrategia discutida incluso en las filas tories, pero al final ganadora. No había que distraerse, solo machacar dos ideas sencillas: votar conservador era votar por la recuperación económica y la alternativa consistía en encontrarse al separatismo escocés mangoneando en Londres, con los pies sobre la mesa del despacho de Ed Miliband, al que los tabloides –y muchos parroquianos de pub– denigraban como «Ed El Rojo».

A Cameron también lo ayudó el colapso liberal: ganaron en 27 de sus circunscripciones.

El reto de la Unión

El público compró masivamente la mercancía de Crosby: 331 escaños, cinco más que la mayoría absoluta. Una victoria conservadora labrada en Inglaterra: 319 de sus parlamentarios los ganaron allí. Las circunscripciones inglesas aportan 553 diputados a los Comunes, frente a 59 de Escocia, 40 de Gales y 18 de Irlanda del Norte. Por el contrario, 56 de los 59 escaños escoceses los conquistó el SNP. Por ahí viene la congoja: ¿Cómo mantener unida a la nación tras haberles concedido un referéndum que al final solo les ha dado alas?

En su aclamación, Cameron lanzó numerosos guiños a Escocia, les prometió incluso «la mayor devolución de poderes que se haya visto en el mundo» (frase grandilocuente, pues serán, por ejemplo, menores que los del País Vasco). Insistió también en que gobernará para «toda la Unión». Pero no parece que esos gestos aminoren la propaganda nacionalista.

Ayer, mientras los demás descansaban de las fatigas de la campaña, el SNP reunió a todos sus diputados a la sombra de un puente emblemático de Edimburgo. Sturgeon vino a decirle a Cameron que se atuviese a las consecuencias si no escuchaba las demandas de Escocia. Cuando no se han cumplido nueve meses desde que los separatistas perdieron el referéndum por diez puntos, Salmond, futuro jefe del SNP en Londres, ya vuelve a pregonar que «no me moriré sin ver la Escocia independiente».

De todas formas, Sturgeon, más elegante y seguramente inteligente, no habló de independencia en la campaña, se centró en un discurso muy de izquierda contra la austeridad. Su tono no es, desde luego, el soniquete faltón de Mas y Junqueras en España: «En Westminster, como hacemos en el Parlamento escocés, vamos a representar a todos, a los que votaron "sí" en el referéndum y a los que votaron "no", a los que nos apoyaron el jueves y a los que no», dijo ayer.

Reducción de diputados

Cameron, por su parte, quiere ir rápido. Libre del contrapeso de Clegg, desea sacar adelante proyectos que vetaban los liberal demócratas, como una reforma para reducir el número de diputados de 650 a 600, adaptando las circunscripciones a la realidad poblacional (retoque con trastienda, pues le asegurará unos 20 diputados más). También pretende desvincular al Reino Unido de la Declaración Europea de Derechos Humanos, para que no obligue a los jueces británicos, y dedicar el 2 por ciento del presupuesto a Defensa, como pide la OTAN.

Pero lo más peliagudo será el sudoku constitucional para evitar la fractura de la Unión. Gales, Escocia e Irlanda del Norte tienen Parlamentos propios. Inglaterra, más rica y poblada, no. Su solución es lo que se llama «votos ingleses para leyes inglesas», es decir, que los diputados de Westminster de fuera de Inglaterra no puedan votar en asuntos que solo atañen a esta. Pero eso alejará aún más a los escocés. Sturgeon ha pedido también independencia fiscal plena. Los analistas tories creen que Cameron no se la concederá, pues sería una alfombra roja a la separación.

Enfriamiento europeo

En relación a Europa, debe sosegar las ansias de sus cien diputados euroescépticos y ha recalcado que llevará a cabo el peligroso referéndum. La salida sería buscar con Juncker un retoque cosmético. Por ejemplo, que el Reino Unido deje de estar formalmente obligado a cumplir la frase del Tratado de Roma que habla de ir a una unión «cada vez más profunda». Si con eso puede vender que ha doblado la mano a Bruselas, pedirá en la consulta seguir en la UE, tal y como le demandan la City y el empresariado. Pasado el miedo electoral, superados los exagerados temores a UKIP, Cameron tampoco desea pegarse un tiro en el pie.

Ver los comentarios