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Un año del secuestro de las «niñas de Chibok»

El rapto de más de 200 estudiantes de una escuela de Nigeria se pierde ya en el tiempo con serias dudas sobre la suerte de las jóvenes

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En la noche del 14 de abril de 2014, cuando el sueño comenzaba a dibujarse entre los párpados, un sonido sobresaltó a Enoch Mark. «Están atacando», aseguraba un hilo de voz vecinal al otro lado del teléfono. Con el primer ruido de explosiones, Mark relata cómo, junto con su mujer y cinco hijos, este líder religioso emprendió entonces la huida del lugar, mientras milicianos de Boko Haram convertían su localidad de residencia, Chibok, al noreste de Nigeria, en una pira funeraria improvisada.

Atrás quedaría su hija mayor, una de las más de 200 jóvenes secuestradas por el grupo armado en el internado donde preparaba sus exámenes. El asedio duró seis horas. Enoch Mark aún no ha despertado de la pesadilla.

«Tras el secuestro, formamos un equipo de búsqueda hacia la reserva forestal Sambisa (no más de 50 kilómetros del lugar del ataque y centro operativo entonces de Boko Haram), basado en las informaciones de que nuestras hijas se encontraban retenidas allí», asevera Mallam Shettima Haruna, otro de los padres de las jóvenes secuestradas.

«Visitamos varios lugares haciendo preguntas, pero cada vez nos dirigían a un nuevo sitio, hasta que llegamos a un espacio en medio de la selva con solo dos casas», añade Haruna.

El portavoz de las familias señala que, entonces, se encontraron con miembros de la etnia fulani (pastores musulmanes) que les advirtieron que los secuestradores estaban bien armados y les matarían. «Decidimos regresar para no perder la vida», lamenta.

Su compañero de infortunio, Enoch Mark, denuncia que el grupo islamista estuvo acampado durante once días sin que el Ejército nigeriano hiciera absolutamente nada.

La falta de coordinación fue evidente en esos primeros días. Solo unas horas después de conocerse la noticia, portavoces marciales aseguraban que casi todas las jóvenes, «de 129», habían sido liberadas, excepto ocho, a pesar de que las familias y la directora del centro negaran la veracidad de estas informaciones.

«La cifra era mucho más alta y el Ejército lo sabía», señalaba entonces a ABC Asabe Kwambura, directora del centro atacado. En esas primeras horas, 40 de las estudiantes lograron escapar de sus captores. El resto, continúan, a día de hoy, desaparecidas.

Las muertes de Bama

Ahora, un año después, la comunidad de Chibok vive todavía en la incertidumbre. Según fuentes de seguridad consultadas por este diario, se teme que algunas de las jóvenes, o incluso todas, fueran asesinadas por la milicia islamista tras la recuperación de la ciudad de Bama por parte del Ejército de Nigeria a mediados de marzo pasado.

Poco antes de la huida final, Abubakar Shekau, líder de Boko Haram, dio la orden de eliminar a todas las mujeres en manos del grupo islamista para evitar que éstas cayeran en manos «infieles». Decenas de vidas fueron cercenadas.

No obstante, el Gobierno, de forma oficial, descarta esta hipótesis. En palabras de Mike Omeri, coordinador del Centro de Información de Nigeria, el Ejecutivo aún cuenta con la esperanza de lograr un desenlace feliz con las «niñas de Chibok».

Las tornas, eso sí, son ahora bien diferentes que hace un año. A finales de marzo, el candidato opositor Muhammadu Buhari, líder del Congreso de Todos los Progresistas (APC), era declarado vencedor de las elecciones presidenciales celebradas en Nigeria.

Su nombramiento fue un claro castigo a la ineficiente campaña contra la milicia islamista emprendida por el expresidente Goodluck Jonathan: solo en los últimos seis años, más de 13.000 personas han muerto a manos de los insurgentes y 3,3 millones han sido desplazados por la violencia.

Por ello, a pesar de su interés en distanciarse del pasado marcial (entre 1983 y 1985, durante el infame periodo de las dictaduras militares, Buhari ya dirigió el país), el ahora mandatario ha prometido eliminar a los yihadistas del noreste del país, así como recuperar el «honor» de las tropas. A ello contribuye el conocimiento de la región: Bahari es un musulmán del estado de Katsina. Una circunstancia -la diferencia norte-musulmán / sur-cristiano- que resultó clave en el resultado electoral.

Al margen de diatribas políticas, el caso de las «niñas de Chibok», lo cierto, ha supuesto también un cambio de estrategia por parte de Boko Haram, con un notable incremento en los raptos en los últimos doce meses. La decisión, no obstante, ha sido perjudicial para las filas yihadistas de forma paralela: con muchas de las víctimas capturadas de forma aleatoria, su mantenimiento (así como desplazar a tan numeroso grupo de forma continua) es una merma notable para las arcas del grupo radical. En este sentido, la reciente participación forzosa de mujeres o niñas en operaciones militares, tales como atentados suicidas, demuestra el interés del grupo en convertir a las secuestradas en activos del conflicto.

Mientras, en Chibok, continúan esperando.

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