La presidenta, Cristina Fernández, durante una reunión con gobernadores en la Casa Rosada
La presidenta, Cristina Fernández, durante una reunión con gobernadores en la Casa Rosada - reuters
argentina

Cristina Fernández de Kirchner, la «conspiranóica»

La presidenta argentina denuncia dos conspiraciones contra ella cada año; lleva cerca de veinte en su mandato

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

«Me gusta el blanco, como a los locos», le confesó Cristina Fernández de Kirchner a Olga Wornat, autora de «Reina Cristina», la primera biografía de la mujer más poderosa de Argentina en lo que va de siglo XXI. Tras la muerte en extrañas circunstancias del fiscal federal Alberto Nisman, el blanco fue el color elegido por la jefa del Estado el lunes pasado para volver, en silla de ruedas, a aparecer en la televisión, un medio que frecuenta más que ningún otro presidente de América —a excepción de Nicolás Maduro— y quizás del mundo.

Cristina Fernández de Kirchner había estado muda demasiado tiempo. No dijo nada cuando el 14 de enero le imputó Nisman por organizar «un plan criminal de impunidad» y sellar una «alianza con los terroristas» responsables del atentado contra la mutual judía AMIA en 1994, donde murieron 85 personas y centenares resultaron heridas.

Tampoco pronunció palabra después de que el fiscal, cuatro días más tarde, fuera hallado muerto con un balazo en la cabeza y la pistola asesina junto al cuerpo, la víspera de que ofreciera los detalles de su acusación en una comisión del Congreso. Cristina Fernández solo habló cuando tomó conciencia de que el caso conmocionaba al mundo, los sondeos sobre el gobierno la colocaban entre bambalinas de un posible asesinato de Nisman y ella se encontraba en el centro de una crisis institucional descomunal.

El muerto era el fiscal, pero Fernández adopta el papel de víctima

Inicialmente había intentado zanjar el problema con un par de cartas en Facebook (la última con link a su blog). En ambas, aunque el muerto era el fiscal, adoptaba el papel de víctima, defendía la teoría de la conspiración en su contra, hablaba de desestabilización, denunciaba la connivencia de espías, jueces, medios de comunicación y empresarios, y despreciaba al fiscal que permanecía en la morgue. Hasta se atrevió a identificar a Diego Lagomarsino, el técnico en informática que trabajaba con Nisman y le prestó la pistola, como un agente, posible asesino y amante («relación íntima») de su jefe. Se comportó como «una Agatha Christie de las Pampas», resumió José Vales, autor de «Ricardo Cavallo, genocidio y corrupción en América Latina».

«La presidenta denuncia una conspiración al menos dos veces al año. En lo que va de gobierno debe llevar cerca de veinte», estiman los analistas locales. Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios Nueva Mayoría, añade: «No se puede actuar de comentarista frente a una situación de tal gravedad». Dicho esto, considera que la reacción de la presidenta —que finalmente anunció la disolución de los servicios de inteligencia por otros renovados— es fiel a su estilo: «Redoblar la apuesta y hacer del problema una forma de retomar la iniciativa política».

Como una adolescente

La Asociación de Magistrados y la de Fiscales pidieron que la presidenta dejara de entrometerse en la Justicia. El diputado Francisco de Narváez le insistió: «Le pido que deje de actuar como una adolescente que usa Facebook para condicionar a quienes están investigando la muerte de Alberto Nisman». La presidenta, horas antes de partir rumbo a China, volvió el viernes a la televisión —esta vez de gasas lilas— y protestó: «Nadie desde otro poder le puede decir a la presidenta que se calle la boca y no hable. Voy a hablar todas las veces que quiera».

El estilo de Cristina Fernández frente a las tragedias que la afectan no ha cambiado en sus dos legislaturas consecutivas. Guarda silencio y espera que pase el tiempo, pero si la cosa se pone color de hormiga se lanza al ruedo de la televisión como un miura. «El cálculo siempre fue una seña de identidad inconfundible», insiste Vales. Y la tendencia beligerante, también. «Una mujer agresiva contra la prensa y contra sus adversarios», recordó esta semana «The New York Times».

Las contradicciones son otro de los rasgos característicos de la presidenta de Argentina. La última, entre el lunes 19 y el jueves 22 de enero, la distancia que hay entre una carta y otra de Facebook: pasó de defender la versión del «suicidio» a volcarse en la del «homicidio» y luego negar lo que está escrito.

Antes de partir rumbo a China, 39 días después de su última aparición en la Casa Rosada, CFK —por sus siglas— volvió, de nuevo en su silla de ruedas, para anunciar un aumento de las jubilaciones y hacer como que en Argentina todo seguía igual. «Acá estoy, en pleno ejercicio de mis funciones, un poco averiada, como la batalla naval, pero jamás hundida».

Ver los comentarios