Dos indígenas brasileños de la reserva de Tenonde Pora, cerca de Sao Paolo
Dos indígenas brasileños de la reserva de Tenonde Pora, cerca de Sao Paolo - carmen de carlos

Los indios de Brasil no se fían de Dilma Rousseff ni de Aécio Neves

Los indígenas de Mbya creen que la política solo «funciona para los ricos»

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Fue selva y hoy es el corazón financiero de Brasil. En Sao Paulo se levantan rascacielos, edificios de fachadas con tendencia al color crema y enormes moles de superficies comerciales. El atractivo de la gran ciudad, su bullicio y la fiebre del consumo es para los indígenas, a diferencia de para los blancos, el mayor revulsivo. «Nuestro modo de vida es otro. Entendemos el mundo y el tiempo de diferente forma. Ir a Sao Paulo, aunque la visita sea corta, nos produce cansancio». Poty Poran, profesora de Primaria de 37 años, no es la única que piensa de ese modo. La joven maestra expresa el sentir de sus compañeros de la «tekoa» (aldea) guaraní Mbya, una reserva indígena, apenas unos 50 kilómetros al sur de la gran ciudad, donde ningún candidato parece gozar de grandes simpatías.

«No sé a quien voy a votar», comenta tras explicar su desencanto con los candidatos de la primera vuelta. «A Marina (Silva) la veía como un lobo con piel de cordero. En las elecciones de 2010 la voté. Sentí que era auténtica, verdadera, pero en éstas no la creí. Tampoco confío en Dilma (Rousseff), ni en Aécio (Neves)», garantiza.

«Tenonde Porã» es el nombre de esta reserva indígena de unas 25 hectáreas. Aquí los niños, en chancletas o descalzos, acuden a la escuela y juegan con los ordenadores entre gallinas y perros. Vera Claudio, profesor de 31 años de educación física, da largos paseos con sus alumnos por otras aldeas cercanas, recorren la jungla y les enseña la «Danza de Xondaro» (guerrero). Coqueto, lleva las uñas pintadas de morado y en la piel tatuajes. «Estoy decepcionado con el PT y en particular con Dilma. Prometieron mucho y no cumplieron nada. Creo que la política sólo funciona para los ricos», lamenta. Karai Tiago, también maestro, coincide y explica, como los demás, que su objetivo en la vida es sencillo: «queremos vivir aquí y hacerlo a nuestro modo. Hay otros grupos que están más cerca de la ciudad y se han adaptado. Nosotros, no».

Los profesores recuerdan un candidato del Partido Verdeque se presentó a senador como uno de los suyos y aseguró que pertenece a esta reserva del barrio de la periferia paulense de Parelheiros. «Es Kaká Werá, se disfraza de indio pero –insisten– es un impostor. Vino con Xamsi Karai Poty –un líder religioso–, pero solo estuvo unos meses aquí. Investigó nuestras costumbres, pero eso fue todo». Werá, autor de varios libros, se defiende y advierte a estos muchachos que son demasiado jóvenes o «tienen mala memoria». Dicho esto, los habitantes del poblado puntualizan: «El 70% de la población brasileña tiene ADN indígena. Decir que eres indio supone acceder a ciertos beneficios y muchos se aprovechan de eso».

El desencanto con la política y los partidos tiene su razón de ser en la raíz misma de los guaraníes: «La tierra para nosotros es lo más importante. Prometen reconocer nuestros derechos históricos y modo de vida pero a la hora de la verdad intentan conquistarnos. Nos consideran invasores, extranjeros en nuestra propia tierra».

Un prejuicio muy extendido es el que los tilda de «perezosos». «Hasta en el colegio nos lo decían y lo utilizaban como justificación para explicar por qué trajeron esclavos de África. Los indios nos defendimos de la conquista. Demostramos que no somos vagos ni perezosos», recuerdan.

Caña y madera

La escuela y el aula están construidas con cemento pero las viviendas son de caña y madera. No hay lujos ni agua corriente. Visto con ojos no indígenas la identificación con una favela sería inmediata pero no para ellos.

Paty Priscila, de 24 años, da clases de todas las asignaturas, incluida alfabetización en guaraní y portugués. «Es mi hogar, estoy a gusto pero me encuentro mal cuando voy a Sao Paulo –por asuntos burocráticos- Siento miedo, me asusta el tráfico y el bullicio». En la aldea la autoridad es la del cacique. Sentado junto a la Opyí (casa de oración) comenta: «Aquí no suele haber conflictos». Actúa como un juez de paz, se ocupa de «las ceremonias de bautizo, matrimonio y fúnebres». Como buena parte de la población fuma en una pipa de caña tabaco natural y antes de responder si es monoteísta o politeísta, da una bocanada. «Dios está en el cielo», es su respuesta. En cuanto al voto de la tierra y de los guaraníes, «es libre. Nunca diría a quién deben votar».

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