¿Terminó la Primera Guerra Mundial por culpa de la mayor y más letal pandemia del siglo XX?

La mala actuación de la Delegación americana en la Conferencia de Paz de Versalles pudo estar provocada por el ataque gripal que algunos de sus miembros sufrieron y que habría llevado a precipitar la redacción final del documento

Cartel de propaganda francés antialemán de 1914 donde se lee: Vil prusiano, ¡muere! No echarás a perder con tus botas nuestra bella París. Vídeo: La Gripe de 1918, una pandemia mundial - ABC Multimedia
César Cervera

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La Primera Guerra Mundial reveló al mundo un interminable catálogo de atrocidades que, a pesar de todos los imperio pasados, las guerras a machete y las grandes masacres desde tiempos de Herodes, resultaban poco conocidos para el ser humano. Gas venenoso, bombardeos aéreos, lanzallamas, ametralladoras, campos de prisioneros, tanques, submarinos y una cantidad de muertos entre civiles y combatientes aterradora. Cuando el mundo parecía espantado de todo, se desató a finales del conflicto la mayor pandemia que vio el siglo XX. La guinda a la pesadilla.

Hacia 1918, último año de la Primera Guerra Mundial , apareció una epidemia a nivel mundial que recibió el nombre de Gripe española porque el país de Alfonso XIII no censuró la publicación de los informes sobre la enfermedad y sus consecuencias a diferencia de otras naciones que, sumidas en el conflicto, no querían mostrar debilidad. Las víctimas de la gripe no solo fueron los más vulnerables como los niños o los ancianos de los estratos socioeconómicos más desfavorecidos, sino que incluyó a los adultos jóvenes y sanos e incluso a algunos animales (fundamentalmente perros y gatos). La predilección por los individuos jóvenes adultos, que constituían la mayor parte 87 de la población activa, provocó que la actividad económica se redujera, e incluso en algunos territorios quedara prácticamente paralizada.

«Quizás lo fundamental, dada la trascendencia internacional que tuvo, fue la influencia que ejerció en el desarrollo de la guerra y en la Conferencia de paz y el desastroso contenido del Tratado de Versalles»

Se ha hablado largo y tendido de las repercusiones demográficas y económicas de una pandemia que costó la vida a más de cincuenta millones de personas, más que la propia guerra, pero muy poco de sus consecuencias políticas. Como explica María Isabel Porras Gallo en su investigación

«Una ciudad en crisis: la epidemia de gripe de 1918-19 en Madrid»: «Quizás lo fundamental, dada la trascendencia internacional que tuvo, fue la influencia que ejerció en el desarrollo de la guerra y en la Conferencia de paz y el desastroso contenido del Tratado de Versalles».

La guerra extiende el virus

Se considera como foco original de la epidemia la base militar Fort Riley , Kansas, donde el hacinamiento y la falta de higiene de los soldados, junto con cerdos, patos y gansos para su avituallamiento, extendió rápido el virus. En marzo de 1918, cuando EE.UU. llevaba casi un año en la guerra, se produjo el ingreso repentino en el hospital del campo de 522 hombres aquejados de esta influenza grave. Poco después, el Ejército informó de otros brotes similares en Virginia, Carolina del Sur, Georgia, Florida, Alabama y California . Los buques de la Marina, anclados en los puertos de la costa este, también notificaron brotes de influenza y neumonía graves entre sus hombres.

El doctor Chicote (x) vacunándose con el suero contra las complicaciones pulmonares de la gripe preparado por el laboratorio municipal Julio Duque

La gripe parecía al principio una cuestión exclusivamente militar y por esta vía pasó a Europa de la mano de los soldados de Fort Riley y de otras bases. Al pisar las playas francesas, el virus explotó y atacó con igual fuerza a las tropas aliadas y a las de las potencias centrales. De la misma manera, el traslado desde las colonias francesas y británicas en África, Asia y Oceanía de tropas indígenas esparció el virus por todos los continentes. Los estadounidenses lo llamaban «la muerte púrpura»; los franceses, «bronquitis purulenta»; los italianos, «fiebre de las moscas de arena» y los alemanes «fiebre de Flandes», pero con los años se quedó como la Gripe española .

Las últimas operaciones militares se vieron dificultades e incluso paralizadas por el gran número de soldados afectados por la gripe en uno y otro bando. El uso de gases tóxicos en grandes cantidades, el incremento del tráfico marítimo y el desabastecimiento provocado por la guerra estuvo entre las razones de que la epidemia se acelerara a una velocidad hasta entonces desconocida. Algunos autores han postulado incluso que actuó de modo decisivo sobre el curso de la guerra.

El historiador estadounidense Alfred Crosby ha vinculado el tercer brote de la enfermedad, tras la navidad de 1918, a las razones por las que se aceleraron las conferencias de paz de 1919 y se redactó de forma algo chapucera el Tratado de Versalles . Desde su punto de vista, la mala actuación de la Delegación americana en la Conferencia de Paz habría sido provocada por el ataque gripal que algunos de sus miembros sufrieron y que les habría llevado a precipitar la redacción final del documento. Con los representantes de EE.UU. fuera de juego, Francia y el Reino Unido , muy resentidos con los alemanes, insistieron en imponer a los vencidos unas condiciones draconianas. Esta sería la razón de que dicho tratado acabara siendo un acuerdo para los vencedores y no un pacto para evitar otro conflicto.

El Tratado que sembró el veneno en Alemania

Las palabras del francés Ferdinand Foch parecieron tras la Primera Guerra Mundial más que las de un mariscal que las de un oráculo: «Esto no es una paz. Es un armisticio de veinte años». Hitler acabaría dándole la razón. El 28 de junio de 1919, se firmó el Tratado de Versalles, que recogía las duras condiciones impuestas a Alemania por los ganadores de la guerra.

El conde Ulrich von Brockdorff-Rantzau , quien dirigió la delegación alemana, regresó a casa convencido de que introducir, como hacía el tratado en su Artículo 231, que toda la culpa de la guerra era de su pueblo suponía sembrar el odio del mañana. «Hay un intento reciente de blanquear Versalles, pero hay cosas que solo se comprenden desde el revanchismo. No es de recibo intentar exterminar a todo un bando», sostiene el escritor Ricardo Artola, experto en este conflicto y autor de «La Primera Guerra Mundial. De Lieja a Versalles» (Alianza Editorial, 2014).

Fotografía del conde Ulrich von Brockdorff-Rantzau

El día después de la aceptación del Tratado fue una jornada de luto en Alemania, que lo consideró el «pecado original» de la recién formada República de Weimar. «Debemos utilizar la monstruosidad del Tratado y la imposibilidad de cumplir muchas de sus estipulaciones para echar por tierra la paz en su totalidad», escribió el diplomático Bernhard von Bülow . Hasta conocer las condiciones de París, la mayoría de alemanes no sentían que su país hubiera sido vencido, pues el territorio patrio no había quedado destruido después de cuatro años de guerras, las tropas aliadas no habían pisado suelo enemigo en el momento del Armisticio y fuerzas imperiales seguían ocupando gran parte de Bélgica y Luxemburgo. Lo que no se habían logrado en los campos de batalla se obtuvo, según creían los nacionalistas alemanes, en los salones de Versalles. De ahí que el golpe fuera doble contra aquel gigante herido.

Los 132.000 millones de marcos de oro que Alemania debía pagar por los costes de la guerra pusieron una alfombra roja a las propuestas más extremistas. No era una cifra imposible de costear (de hecho no se pagó nunca) o tan excesiva para paralizar la economía, sin embargo se convirtió en el alimento para la revancha. Para cuando el país tenía amortizadas las indemnizaciones, Alemania se encontró sumida en una nueva crisis y se cernía sobre el país una amenaza nacionalista más peligrosa que nunca. En vez de erradicar el militarismo, el nacionalismo agresivo y los otros responsables de la guerra, el Tratado de Versalles supuso su caballo de Troya.

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