De los Tercios al desastre de Annual: los episodios más épicos de España a través del pincel de Ferre-Clauzel

El pintor acaba de publicar un libro recopilando sus mejores cuadros, ‘Soldados de la Historia de España’ (La Esfera de los libros), con los textos del periodista de ABC Historia César Cervera, pero lo cierto es que de la persona que sostiene el pincel apenas se sabe nada

Cuadro de los Tercios de Flandes, por Ferre-Clauzel.
César Cervera

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No es hombre de pocas pinceladas, pero sí de pocas palabras. José Ferre-Clauzel pinta justo al contrario de como habla. Con convicción y riqueza en los detalles. Sus cuadros ilustran una infinidad de portadas de temática militar y acaba de publicar un libro propio recopilando sus mejores cuadros, ‘Soldados de la Historia de España’ (La Esfera de los libros), con los textos del periodista de ABC Historia César Cervera, pero lo cierto es que de la persona que sostiene el pincel apenas se sabe nada. Roza el misterio. El secreto mejor guardado de la pintura histórica actual se mantiene oculto bajo, al menos, tres llaves.

La que marca la distancia de Madrid: vive en Amposta (Tarragona) , donde muchos vecinos no dejan de interrogarle sobre por qué no plasma cuadros menos «españoles» y donde, desde luego, los focos mediáticos tienen menos alcance. La segunda cerradura es la que le impone una forma obsesiva de trabajar: «Te lo juro, a lo mejor estoy comiendo y sigo dándole vueltas a un cuadro, con la mirada perdida. Me consume por dentro». Y la última, la llave más aparatosa, es la de una personalidad extremadamente tímida.

Portada de 'Soldados de la Historia de España'.

José Ferre-Clauzel (Toulouse, 1961) parece sacado del elenco de un wéstern. Es un hombre taciturno, solitario, que cuenta sus amigos con los dedos de la mano, y con una auto exigencia espartana. «Aprecio los halagos, pero siento que no merezco tanto», sostiene un creador que se define como su mayor crítico. Ningún cuadro le termina de satisfacer, se remueve siempre algo en su interior que le lleva a dar una nueva pincelada o a mejorar lo que unos días antes parecía rematado.

Las grandes obras

Al hablar de su obra Ferre-Clauzel lo hace con distancia, sin darle importancia a pesar de que sus cuadros se demandan por todo el mundo. Le falta la convicción del vendedor que hoy en día, tiempo de redes sociales y marketing digital, está obligado a ser toda figura pública. Su carcajada es una explosión inesperada en medio de una voz que siempre parece a punto de rasgarse , aunque esa risa también caduca rápido en un abrupto carraspeo, recordatorio de las horas que pasa fumando y pintando en su taller hasta la madrugada. De nada sirve buscar romanticismo en aquel rincón. El lugar es tan austero que convierte, en comparación, a El Escorial de Felipe II en un torrente de adornos. Un pequeño cuarto con la iluminación tenue, pocos muebles y contadas concesiones decorativas que adviertan su fascinación por la Historia .

José Ferre-Clauzel trabajando en 'Los Tercios en Albuch'.

Hay unas maquetas de carros de combate en el cuarto, una coraza de húsar y un cuadro secándose al sol, o más bien a la sombra. Allí huele a pintura al óleo (insiste en trabajar con pigmentos de una marca holandesa que se fabrica desde el siglo XVII y que evitan que los cuadros pierdan calidad con los años) y a tabaco. Allí ha devuelto a la vida a los soldados de la División Azul temblando por el frío soviético, a piqueros de los Tercios sosteniendo nervudos sus lanzas hacia el cielo y a tantos caballos desbocados que podría formar un rodeo. Allí, a buen resguardo, es todo lo lenguaraz con el pincel de lo que luego evita serlo con la boca .

Aunque de padre español, el artista nació y vivió sus primeros tres años en Francia. Desde entonces ha residido en España y se siente profundamente español, tanto como para resistir los maliciosos comentarios de esos vecinos de Amposta que le insisten en que toda la historia que retrata es mentira. «No me voy a ir de aquí. No soy ningún cobarde. Simplemente paso de sus comentarios y me encierro en mi estudio», les avisa. José dibuja desde que sus manos fueron capaces de agarrar un lápiz. Es lo que ha hecho en la vida, lo único que conoce desde que tiene uso de razón y su padre, también artista plástico, le encaminó hacia la pintura al óleo. Lleva cuarenta años haciéndolo y no tiene ninguna intención de parar.

«No me voy a ir de Cataluña. No soy ningún cobarde»

Con trece años entró a trabajar como copista de obras americanas en un estudio de pintura de Barcelona y se dijo «aquí me quedo». En pocos años, sus cuadros ya se comercializaban por medio globo y él se iba impregnando de un sinfín de tendencias. De Chicago a Nueva York. De Suiza a EE.UU... Su obra se orientó hacia los lucrativos paisajes y los bodegones de apariencia mágica. No fue hasta que hizo la mili en un cuartel de Lérida cuando asomó por primera vez la vocación que hoy ocupa su vida. Se le encargó elaborar una serie de retratos militares para oficiales y algunos temas bélicos que le evitaron hacer guardias y las tediosas labores de un cuartel, pero, en ningún momento, se planteó que algún día podría vivir de pintar batallitas. En los años setenta del pasado siglo, la pintura militar sonaba a algo casposo, obsoleto, un territorio minado de ideología en una sociedad a la que le costaría años curarse de prejuicios.

Viaje a la pintura militar

Al igual que toda España, Ferre-Clauzel tardó mucho tiempo en descubrir que la sociedad anhelaba esa temática en secreto. Un día se le ocurrió meter un soldado en uno de sus lacónicos paisajes, lo cual no gustó un pelo a sus seguidores. Sus lienzos se vendían, le permitían vivir de su arte y su nombre sonaba fuerte en el sector. La Fundación Thyssen adquirió una de sus obras. Lo tenía todo a nivel laboral, y todo lo cambió por un sueño incierto.

Un día de 2009 decidió responder a un anuncio por internet que buscaba un pintor de temática militar. La cascada de libros, cómics, documentales y series que abordan de manera diferente la historia de España en la última década convencieron al catalán de dar un giro a su carrera. Se metió en un planeta inexplorado del que no sabía nada, ni siquiera si era compatible con la vida humana. Si daba dinero o si su mano valía para ello. «Me decían que estaba chalado por dejar los paisajes en mi mejor momento, pero yo dije: “¡A tomar viento, me quiero dedicar a esto!”», relata.

Pintura sobre la batalla de Alfambra, la última carga de la Caballería Española lanzada por José Monasterio Ituarte.

El primer año no fue nada fácil, los siguientes tampoco fueron un camino de baldosas amarillas... «Pensaba que lo sabía todo, y no. Sufrí mucho hasta coger la técnica adecuada y hacer algo decente». Para documentar cada obra está en contacto con varios historiadores amigos, que le ayudan a superar el riguroso escrutinio de los aficionados a la temática militar. En un mundo que hace del detalle una ciencia, un casco o un uniforme anacrónico resultan casi una herejía. Detrás de cada cuadro hay muchos libros leídos y muchas conversaciones con expertos. Es solo entonces, con el fragmento de la historia bien elegido en la punta del pincel, cuando Ferre-Clauzel se fotografía en distintas poses para tener en todo momento un esquema de los movimientos de los personajes.

«Me decían que estaba chalado por dejar los paisajes en mi mejor momento, pero yo dije: “¡A tomar viento, me quiero dedicar a esto!”»

Cuanto más agitada es la composición, más difícil resulta el reto. Hasta el día de hoy ninguna propuesta le ha intimidado. Se encierra en el estudio durante horas, muchas nocturnas, escuchando no a Vivaldi ni a Bach, sino tertulias políticas, hasta que da a luz a su retoño. Una de sus especialidades es pintar caballos a la carga, justo lo que más esfuerzo le cuesta a otros artistas. Hay cuadros que puede terminar en una semana, mientras que para otros necesita varios meses. En total pinta una veintena de lienzos al año. Se considera un artista de pincelada lenta, pero lo compensa con una dedicación monástica a la pintura. Deposita su arte directamente en la tela, sin bocetos previos ni ensayos. Tan profano como el resto del personaje es su forma de vencer al lienzo en blanco : «Si estoy bloqueado, no viajo, no hago nada diferente. Cojo la puerta de mi estudio y me marcho hasta que me siento listo para enfrentarme a la pintura».

Los últimos de Filipinas, los Héroes de Baler, por el pincel de Ferre-Clauzel.

Con él vive en Amposta su pareja, que se mueve en una silla de ruedas por el piso, ayuda a José a atender las redes sociales y le aporta «un ojo crítico nato» para mejorar las obras. El resto de la casa no recuerda en nada que Ferre-Clauzel es uno de los pintores militares más reputados de Europa. Lo que más disfruta el catalán son las pinturas de los Tercios, donde se bate pincel en mano con cada instante del cuadro. Le gustaría que el público le conociera, simplemente, como un pintor realista de historia militar, que no hiperrealista. « Quien dice que soy hiperrealista es que no sabe lo que es. Mi pincelada se nota en todo momento», explica.

En sus obras prevalece el color sobre el dibujo, el vapor sobre la nitidez, lo etéreo sobre los bloques rígidos. Sus cuadros basculan entre una minuciosidad extrema y, en ciertas ocasiones, pinceladas de pura agilidad. Sus críticos dicen por ello que su obra es irregular; algunos lienzos parecen conservar el aire contenido de cinco siglos, mientras que otros, en cambio, parecen hechos a la carrera. Él se justifica en que cada cuadro pide una cosa. «No lo puedo explicar. Unos dicen hasta aquí y otros que continúe», argumenta. Son ellos quien tienen la última palabra; él solo pinta y escucha.

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